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Crítica de Ferrer


Ferrer
27 July 2019
Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) comenzó su andadura literaria con El pudor del pornógrafo (1984) y logró la popularidad tras obtener el Premio Herralde 2003 por El pasado. Admirador de Manuel Puig, Borges y Fogwill (su tío literario un tanto perverso), deudor de Piglia (su padre literario) y de Josefina Ludmer (su madre nutricia literaria), Pauls ha publicado el ensayo Trance en el sello editorial argentino Ampersand, con el que salda la deuda que tiene el escribir con el leer.
Trance es un glosario ordenado a la manera barthesiana (parece escrito a la sombra de Barthes), un testimonio con cierto acervo retórico, un silabario que despliega sus lecturas sin una trayectoria lineal, una “fenomenología doméstica de la lectura” por hablar tanto del cómo leer (postural) como del por qué leer, pero no del qué leer, aunque al final del libro hay una bibliografía y es que el libro expone qué quiere decir leer más allá del objeto que se vaya a leer. Trance también es un mosaico de experiencias que nos presenta la lectura como algo fascinante y el acto de leer como una adicción sin displacer que interroga la diferencia entre lo que el texto dice y lo que podría decir, porque lo que importa no son tanto las palabras en sí, sino lo que hay entre las palabras y porque “en todo lo que está escrito siempre hay algo no escrito, o bien porque no se le quiere escribir, o bien porque no se puede escribir.”
Un libro que es imagen hipnótica, memoria que se desborda y pensamiento en combate perpetuo con la propia lectura, porque en este volumen Pauls enseña su ADN, el del lector que no concibe la vida sin leer en esta particular autobiografía de lector a modo de diccionario personal. Decía Ramón Goméz de la Serna que “toda obra ha de ser principalmente biográfica y, si no lo es, resulta teratológica”. Pauls reconoce la lectura como el modo de apropiación del libro en virtud de una noción que ha mutado con el transcurrir de los años, puesto que ya no le importa tanto que ese libro tenga valor antes de la lectura (ya no realiza Pauls el juicio discriminatorio de la aduana del valor y ahora todo se presta a ser leído), sino que le interesa más el desconcierto y el desafío previos. El autor de El factor Borges defiende un principio de satisfacción garantizado en el acto de lectura, a pesar de los libros equivocados, porque siempre hay una lectura aguardando en función de la procrastinación de algunos libros, que se postergan para leer en un futuro (caso de la Divina comedia o de Guerra y paz para Pauls) en lo que sería una hibernación prometedora para poder seguir adelante. La lectura funciona como un archivo que no se acaba nunca, sin evanescencia, y que siempre está ahí esperándonos, sin arredrarnos.
Pauls se reconoce “enfermo de leer más que de escribir”, porque este es el libro de un lector que es a su vez escritor y eso se nota en las páginas de un volumen, que rinde tributo a un Borges que no solo nos enseñó a leer, sino también que quien lee puede escribir todo. El autor de Historia del dinero reflexiona sobre que los personajes lectores de Borges tengan la lectura como “causa del vivir” y confiesa ser capaz de leer cualquier cosa, pero que en unos segundos se da cuenta si ese interés va a permanecer o no, si la seducción es incondicional. Pauls ratifica que el “enemigo del leer es la interrupción”, por ello se lee contra la interrupción y a sabiendas de que la interrupción puede alcanzarnos antes de la última página, la única interrupción deseada y forzada por el final del libro.
El cine es descrito como una puerta de entrada a la lectura, no solo porque para ver cine hay que leer los subtítulos, sino porque una película no es tanto el visionado de la misma como lo que se emana de la lectura de las críticas, lo que provoca que esa película “exista tanto o más que la real, porque existe con la intensidad de lo que se desea.”
Finalmente, en cuanto a la voz narrativa, Pauls descarta un (esperado) narrador impersonal, puesto que el narrador omnisciente incorpora una tercera persona, que es claramente un yo, un alter ego del autor, y demuestra la importancia que para el escritor argentino tiene el cómo se cuenta por encima de la finitud del qué se cuenta. Una voz narrativa que es un acierto y que facilita ese toque Pauls a un ensayo enriquecedor, que nos alivia del naufragio de la vida.
¿Cuáles son los “trances de lectura sublimes”? El propio Pauls responde: “los que agregan mundos al mundo.”
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