Meagan Spooner

-No me llames «chica» como si no tuviera nombre.
-Tú me llamas Bestia.
-Porque eso es lo que eres. ¿Me has dado motivos para que te llame de otra forma?
-Entonces yo te llamaré Bella -dijo- pues es lo que eres.

No creas que por el mero hecho de ser fugitivos somos unos salvajes. Nos cuidamos unos a otros. Nunca robamos a la gente que no podría vivir sin lo que nos lleváramos. Somos leales a la corona, a la corona auténtica. Y te seremos también leales a ti, si nos lo pides.

Pero algunas cosas de esa historia nunca cambiarían. Robin Hood siempre sería veloz y osado y leal a su pueblo. Dispararía más rápido y mejor que ningún otro hombre y sería lo suficientemente listo como para burlar a sus enemigos en todo momento. Viviría por y para el bosque de Sherwoody haría de él su hogar, y si alguna vez lo capturaban, siempre escaparía. Y su corazón siempre le pertenecería a Marian.

-¿Por qué confesáis ahora, después de formular tan inteligente explicación para ocultar vuestros crímenes?
-Porque de todas las alocadas historias que se cuentan de Robin Hood, ha habido una que siempre ha sido verdad. Está enamorado de lady Marian.

Las flechas son criaturas aladas.

-Me dirás que sirvo al caos.
-Yo habría dicho a la justicia.
-Entonces, ¿por qué somos enemigos?
-Porque la ley nunca será justa. Quizá pueda acercarse... Está tan cerca de la línea que cuesta verlo. Pero las leyes están escritas por los hombres, que son imperfectos por naturaleza, y la justicia pertenece a algo más allá del poder de los hombres.

-Siempre supe que era tuya.
-Marian no pertenece a nadie.
-En eso, Robin Hood, estoy de acuerdo.

Nos han dicho toda la vida lo que debemos hacer. El papel que representamos. Dónde encajamos. No eres el único indignado al ser señalado por los hombres que nos gobiernan.

Es fácil ser un héroe cuando no miras nunca más allá de tu próxima batalla. Tan solo los tontos creen saber todo lo que hay que saber.

El alma conocía el objetivo. Lo único que Marian tenía que hacer era llevar el arco hacia sí, dejar que se convirtiera en su corazón y la flecha en su voz, y luego apartarla del camino.

El caos no distingue entre los de noble cuna y los de clase baja. Un hombre con la espada clavada en las tripas morirá tanto si tiene tierras como si las trabaja.

-No puedo pedirle que no lo haga. A veces desearía poder hacerlo, pero estaría pidiéndole ser alguien que no es.

-Pues eres un hombre como pocos. La mayoría de la gente no puede evitar pedirle a los que aman ser algo distinto de lo que son.

La llamaban Robin de los Bosques. Los pobres y los mendigos desesperados, a las puertas de Nottingham, no eran los únicos que ansiaban un héroe.

Tened cuidado, milady. Épocas como esta crean a hombres desesperados.

Marian pensó que la pena no era el triste luto por una pérdida, ni el anhelo o el fuerte dolor del que hablaban las baladas. Era olvidar y recordar una y otra vez una serie interminable de cuchilladas, cada una tan brusca y violenta como la última. Era una ejecución por mi heridas diferentes, era desangrarse hasta morir tan lentamente que estás segura de que jamás terminará, que sufrirás esa tortura hasta la eternidad, hasta mucho después de que tu vida natural haya acabado. Eres Prometeo y, en vez de tu hígado, el águila te está arrancando el corazón.

En la naturaleza, en aquella naturaleza, sería misericordioso matar a un animal herido. Y más misericordioso aún hacer que no fuera ella quien le diese el golpe de gracia a su compañera.

Era una característica humana decirle a una persona lo que quería oír. Era una característica humana manipular y ocultar la verdad para sus propios fines. Era una característica humana mentir. 

Porque mientras que el odio es un fuego que solo siente el hombre, no odia a la bestia que llega por la noche. La humanidad la teme, lucha contra ella, la ahuyenta, pero no la odia. Nadie odia al oso, ni al lobo. No odian al viento ni a la nieve. No odian a la muerte
Se odian los unos a los otros.

Renunciaría a todos los cuentos de hadas que conozco por oírte pronunciar otra vez mi nombre.