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Crítica de Camille


Camille
21 April 2021
«Si uno vive lo suficiente, todos los círculos se cierran»
(Isabel Allende)

“No voy a engañarte, todo lo que has oído, es cierto: secuestré a Martin Pierce, lo metí en el maletero de mi coche y conduje más de mil kilómetros hasta la Casa Grande. Una vez allí lo torturé durante tres días con sus largas noches y el 11 de noviembre de 2010 lo maté disparándole dos veces en la cabeza. Después llamé a la policía y me senté a esperar.”

Así empieza ‘El hijo del padre', de Víctor del Árbol. Así, con una estocada directa, sin fintas ni paños calientes. En la primera página sabemos ya qué ha pasado, pero desconocemos todo lo demás.
Esta es la historia de una familia a través de tres generaciones. No es Macondo, es El Pueblo, en Badajoz y después, Barcelona. No son los Buendía, son los Martín. Pero hay algo que une esas dos historias y es el destino final y el tiempo cíclico.

Una llamada desde El Pueblo da comienzo al relato: el padre ha muerto.

¿Quién es Diego Martín?—nos preguntan desde la contraportada: Diego es un respetable profesor universitario, un hombre hecho a sí mismo desde el escalafón más bajo de la sociedad, es marido, padre, amante, hermano. Pero, sobre todo, es el hijo de un padre que lo definía como “el hombre que se queda en la orilla”. Es alguien que creía haber escapado de una vida para la que estaba predestinado.

El pasado y la memoria van a ser los dos grandes protagonistas, a través de dos narradores: uno, el propio Diego, con su visión subjetiva, a través de unos diarios y un segundo narrador, omnisciente, que va a rellenar todos los huecos de manera objetiva. La verdad y la mentira, la renuncia y la culpa, elementos que gravitan, todos ellos, alrededor de esa órbita celeste que es el padre de Diego.

La fiabilidad, o no, de la memoria: “Cantaba bien; todo el mundo lo decía. Y era verdad, porque cantaba desde dentro. Aunque a veces se quedaba callado en mitad de una estrofa, como si se diera cuenta de que le asomaban las costuras y le diera vergüenza. Entonces era cuando yo más lo quería”.

La Historia (en mayúscula, a pesar de que Diego reniega de las mayúsculas): vamos a hacer un recorrido por la historia española del siglo XX. Con su abuelo Simón viviremos la Guerra Civil y su paso por la División Azul, también sus años en Rusia, la mayor parte de ellos, cautivo; con el padre de Diego viajaremos hasta el Sáhara oriental, a la vida en la Legión, para volver a Barcelona y conocer el fenómeno de la inmigración interna de los años cincuenta y sesenta y la vida en los barrios de la periferia de una gran ciudad. La pobreza, la miseria, y una carencia más profunda, más dolorosa, más desgarradora que ninguna: el sentimiento de desarraigo, de indefensión, de injusticia, esa necesidad de huir, de escapar. Esa certeza de saber que la familia es sangre y vísceras, algo infinito y circular, doloroso, dañino en ocasiones, pero intrínseco, ineludible e irrenunciable.

Con la belleza de una prosa sobria y elegante vamos a acompañar a Diego en este periplo de conocer quién es, a través de los otros dos hombres que fueron antes que él: su abuelo Simón y su padre, un padre sin nombre, solo el hijo de Alma Virtudes. Esa mujer tan importante en la historia de esta familia a la que el olor a rosas muertas le hacía presentir alguna desgracia. Tres hombres atormentados y rotos, que no pudieron o no supieron escapar a esa línea recta de lo inevitable. No hay personajes más de carne y hueso que los que pasan por estas páginas, con sombras, miedos, claroscuros, algunos de ellos, hechos jirones. Imposible no cerrar esa última página sin lágrimas en los ojos.
Gracias, Victor del Árbol
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