Veinticuatro horas en la vida de una mujer

Denostada por muchos, debido a la simpleza de su trama, 24 horas en la vida de una mujer es justo por ello, una obra de arte.

No pretendo cuestionar la opinión de nadie. No soy quien. Pero sí, argumentar mi posición, firme y sin vuelta atrás, los motivos que hacen de esta breve nouvelle, una genialidad.

Una cena de caspa y postín llega a su momento cumbre del licorcito, cigarrillo y cotilleo.
Una dama es el centro de atención por cometer el delito de quedar prendada de un hombre, al que conoce solo de un día y largarse con él a vivir la vida que su aburrido marido no le da.

Esto, que hoy es de aplauso, en el XIX era un escándalo.

No falta un atrevido varón que defiende como comprensible, la actitud de la, ejem, cuestionable mujer.

La anciana anfitriona ve en él el hombro en quién confesar un suceso similar que le atormenta cosa mala.

Fin de la historia.

Pero Stefan Zweig es mucho más que una trama y, es en su escritura, en su forma de narrar y sobre todo, en la manera de crear tensión en el lector a través de los sentimientos de los demás, donde radica su maestría.

Sublime la escena donde nuestra anciana rememora como las manos de su jugador compulsivo se mueven en función de una ruleta, y como estás muestran desasosiego o alegría.

Solo un genio es capaz de secuencias como esta.

Además, no falta su sello personal, como es capaz de entrar en la psique de una mujer de su época y de expresar sus inquietudes y angustias.

En esta ocasión, no he acudido a la edición de el acantilado, sino de Hermida y su antología de la que recientemente os hablé de forma más general.

Sin embargo, se me hacía necesario detenerme un poco más en este texto, pues su factura es simplemente brillante.

La magia del austríaco, no la encontraremos en grandes desarrollos argumentales, pero si, en la condición humana, sus miserias y sus ineludibles incertidumbres.

Y estas 24 horas son un ejemplo magnífico de ello.