Los ojos del hermano eterno

Virata es el protagonista de este cuento espiritual y filosófico donde Zweig sorprende con la fórmula narrativa de leyenda oriental.

De la trama solo hablaré de un guerrero abnegado que cumpliendo el encargo de su rey sufrirá un doloroso suceso, que le llevará a un continuo estado de culpa, búsqueda, y contemplación.

Con todas las musas a favor, el autor navega con soltura el oleaje de la técnica, el mensaje, la claridad de ideas y la ejecución alcanzando el nirvana.
Si la perfección existiera, se llamaría Los ojos del hermano eterno.

Que nadie se asuste. A pesar del alto contenido reflexivo, Zweig tuvo la mente más despejada que nunca (que ya es decir) haciendo muy asequibles los conceptos que quiere transmitir.
Lo bello y lo fácil.
Con una neurona sobra.

Las consecuencias de tus actos sobre los demás es el hilo principal, incluso cuando evites todo contacto, el alejamiento y la pasividad también infieren directa o indirectamente en
el prójimo. Eternos culpables. Algo de lo que no podemos escapar.

La justicia cobra también notable importancia. ¿Quién está verdaderamente capacitado para juzgar, condenar e imponer castigo a nadie?

Con tu sentencia, modificas la vida del acusado y su entorno, ¿cuál es entonces la justa pena y quién el juez realmente capacitado?
Lo mismo ocurre con la sabiduría.

El relato está salpicado de humildad, la más efímera de las bellezas que el ser humano se empeña en cubrir con capas y capas de maquillaje superficial.

Y con todo, leído de forma tranquila, con el amanecer silencioso de un domingo.
La sensación ha sido de paz.
Y placer.