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Crítica de Guille63


Guille63
11 July 2023
“A ti que nunca me has conocido”

Por lo sumamente opuesto que ha sido mi sentimiento actual frente a la idea que conservaba de mi anterior lectura de la novela, me entretuve en leer algunos comentarios sobre este relato, tanto en esta página como fuera de ella. La mayoría destacan la grandeza del amor aquí novelado, tan puro y trágico, la incondicional entrega a un ser del todo ignorante de la pasión que provoca. Muchos hay que, más que amor, ven una obsesión morbosa de una mujer trastornada desde la infancia. Algunos hasta se indignan por su enfermiza dependencia del hombre, por su cobardía, por su pasividad. Y tampoco falta quien desprecia la historia por inverosímil o contradictoria. Y en efecto, así puede llegar a considerarse si perdemos de vista que es una carta y no somos capaces de ponernos en la piel del escritor, el pasivo protagonista y destinatario de la misiva, víctima de una venganza cruel por un delito que nunca cometió.

“Para mí lo eras todo, toda mi vida. Todo existía sólo si tenía relación contigo, toda mi vida sólo tenía sentido si se vinculaba a ti. Transformaste toda mi existencia.”

No es la primera vez que Zweig trata la figura del seductor, aunque en este caso el personaje no tuviera que esforzase mucho, y, aunque claramente no sea un tipo de persona que el autor admire, estoy convencido de que siente por tales individuos una inconfesable envidia, aunque esté teñida de una malsana inquina. Sin duda, esta animadversión que el autor siente por estos tipos atractivos y seductores, gozadores irresponsables de la compañía de mujeres bellas que, a su vez, no muestran gran resistencia a sus encantos, no la ha transmitido nunca Zweig de forma tan admirable como en esta tan corta como fascinante novela.

“Lo que quieres es entregarte a todos, al mundo, no quieres ninguna víctima. Si ahora te digo, querido, que me entregué a ti aún virgen, te lo suplico, no me malinterpretes. No te culpo, tú no me provocaste, ni me mentiste, ni me sedujiste. Fui yo quien te buscó, quien se lanzó a tus brazos y se precipitó en su destino. Nunca, nunca te voy a acusar…”
Y qué es la carta sino una durísima acusación, una cruel venganza, un perverso y gratuito último acto, que además de imposibilitar la duda sobre su contenido hace irreparable el daño ocasionado, contra alguien que simplemente disfrutó de la compañía de mujeres a las que no engañaba, a las que nada prometía, de las que, eso sí, rápidamente se olvidaba. Ese fue su único pecado, no enamorarse de quién de él se enamoró, no querer más relación que el placer que su compañía le proporcionaba ocasionalmente, no fijar en su memoria ninguno de los encuentros.

“Te lo quería explicar para que tú, que no me conoces, empezaras a ser mínimamente consciente de cómo una vida dependía de ti y en ti se sustentaba.”

Puedo imaginarme a Zweig gozando como un gorrino en un charco de barro con cada una de las puñaladas que la anónima le asestaba al ignorante amante: la descripción de la horrorosa situación en la que se encuentra mientras escribe la carta, el propio anuncio de su muerte, el tipo de vida que su amor le “obligó” a llevar, a quién y cómo tuvo que entregarse sin poder entregarse totalmente, hasta ese cínico final de la carta:

“No me echarás de menos…eso me consuela, no cambiará nada de tu vida, tan bonita y luminosa… no te causo ningún daño con mi muerte… ¡oh, querido, esto me consuela!”
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