El libro de los amigos perdidos

Es posible superar tus inseguridades y convertirte en alguien mejor, más fuerte. Tarde o temprano tienes que dejar de consentir que la gente te defina y empezar a definirte tú misma.

Todos tenemos cicatrices.
Y solo cuando dejes que los demás las vean, encontrarás a esas personas que te amarán a pesar de tus grietas y abolladuras. Puede que, incluso, te amen por ellas.

El pasado nunca te abandona. Lo que importa es cómo lidias con él: o huyes o aprendes.

Al hombre que está en la cama le encantaban las fiestas. Le gustaba creer que éramos felices, que todos permanecíamos con él porque queríamos, no porque tuviéramos que hacerlo, que preferíamos no ser libres. Supongo que es lo que se decía a sí mismo para justificarlo.

Los relatos cambian a las personas. La historia, la de verdad, ayuda a que nos entendamos los unos a los otros, a conocer el interior de los demás.

Me pregunto cómo es posible que hayamos llegado a la luna y enviado sondas a Marte y, sin embargo, seamos incapaces de atravesar los límites del corazón humano, de enmendar nuestros problemas.

El mundo no va hacia atrás, sino hacia delante. El futuro pertenece a los que lo afrontan de cara.

Al igual que los esclavos, los aparceros, la gente de los bayous y los agricultores que labraban la tierra, todos han acabado del mismo modo. Convertidos en polvo y cenizas. Lo único que nos queda reside en aquellos que todavía siguen aquí. En las historias.

Si alguien no es capaz de exponer su punto de vista sin gritar, ofender o insultar a los demás, tendrá que encontrar un argumento de más peso antes de seguir hablando.

Lo más probable es que su nombre se haya transmitido de generación en generación igual que una reliquia -como una moneda o una joya valiosa-, que sea el legado de unos antepasados que no tenían nada que dejarles a los suyos, salvo sus nombres y sus historias.