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Crítica de marlluch


marlluch
02 March 2023
Antes de comenzar la reseña del libro que nos ocupa, quiero agradecer a Babelio, a Masa Crítica y a la editorial Fulgencio Pimentel la oportunidad que me han dado de conocer a través de su libro de cuentos Los relatos de médicos a William Carlos Williams, escritor cuya obra no había tenido ocasión de leer.

El libro que presenta la editorial consta de 21 relatos, precedidos de un prólogo de Robert Coles, médico y estudioso de la obra de Williams, y se cierra con un epílogo del hijo del autor, también médico, que nos acerca la figura de su padre con la visión cercana y apasionada de quien ha vivido muchos años con él.

La vida de William Carlos Williams (1883-1962) transcurrió fundamentalmente en Rutherford (Nueva Jersey), si bien realizó viajes por varios países de Europa, donde perfeccionó sus estudios de Medicina, especializándose en Pediatría.

Su persona me ha traído a la memoria en muchos instantes a Antón Chéjov. Los dos fueron médicos y escritores. Chéjov es conocido ante todo por sus cuentos y obras de teatro; Williams por su poesía y, en menor medida, por sus cuentos. Si Chéjov afirmó “la literatura es mi esposa legítima y la medicina mi amante. Cuando me canso de una, paso la noche con la otra”; Williams confesó a Robert Coles, autor de la selección y del prólogo del libro, que “la una –la medicina- alimenta a la otra –la escritura-, aunque a veces haya refunfuñado en sentido contrario”. Con todo, como señala en el epílogo del libro el hijo de Williams, “durante su primer año como estudiante en la Facultad de Medicina de la Universidad de Pennsylvania, había decidido que su amor sería para las artes, pero insistiría en sus estudios médicos por los ingresos que le reportarían y harían así posible la búsqueda de inspiración”. Por otro lado, añade que su padre asumió este compromiso con la Literatura y la Medicina de un modo generoso y apasionado.

Ante tal grado de dedicación se puede preguntar el lector de dónde podía hallar el tiempo para escribir en su frenética vida como médico. La respuesta, afirma su hijo, “reside en parte en su gran capacidad para aprovechar el tiempo: su talento para aprovechar y crear momentos preciosos robados a su alter ego, el médico, y usarlo para aligerar su carga de imágenes poéticas”. Pero no era sólo en los minutos que podía robar a su trabajo cuando escribía Williams. Sobre todo “era por la noche cuando recurría a unas reservas de energía al parecer inagotables, cuando el tatuaje de su máquina de escribir producía una reconfortante nana” que conseguía dormir a sus dos hijos pequeños.

Retomando las semejanzas entre Chéjov y Williams, se debe señalar que ambos se nutrieron del profundo conocimiento psicológico del ser humano que les proporcionó la ciencia médica para la creación de sus personajes. También es acertado decir que los dos se acercan al hombre y a la mujer con una actitud humilde, conscientes de su propia pequeñez y de las situaciones penosas y duras que a las que puede verse sometido el ser humano debido a la enfermedad, en muchas ocasiones unida a otro tipo de dificultades, sociales o económicas. También tanto Chéjov como Williams están dotados de un fino sentido del humor, que se refleja en algunas de sus narraciones.

Y hasta aquí se puede decir que llega el parecido entre los autores. Si el ruso se demora con descripciones preciosistas de ambientes y situaciones para presentarnos a sus personajes, Williams ataca de frente a sus figuras. Con un estilo elegante, rápido y sutil nos presenta las más diversas situaciones a las que se puede enfrentar un médico o un paciente.

Entre sus cuentos podemos destacar el titulado El viejo doctor Rivers, en el que se trazan con pinceladas rápidas la vida profesional y personal del médico de cabecera de un pueblo. En esta narración se retratan las dificultades con que se encuentran estos profesionales cuando se dedican de lleno a su profesión, su fortaleza, el prestigio que tienen en la sociedad y también sus flaquezas.

No menos destacado es El uso de la fuerza, un relato que hará revivir a muchos lectores los angustiosos momentos vividos cuando tenían que abrir la boca ante el médico para que les reconocieran la garganta, aunque en este caso el autor tiñe la narración de humor a través de la ironía y la hipérbole.

En Una noche de junio se recoge el respeto mutuo que se establece entre un médico y su paciente a lo largo de los años: “gané una amiga y encontré algo más, una cierta admiración, una especie de amor por la mujer.

Y así prosigue el libro, con una sucesión de cuentos que plasman la profundidad de los sentimientos de los médicos ante sus pacientes: la angustia que suscita la lucha por la vida de los pacientes más jóvenes, el horror de las autopsias, pero también la antipatía despertada por otros enfermos orgullosos y cobardes. Williams no se olvida en sus narraciones de las enfermeras, de su total y abnegada dedicación por los pacientes.

Este libro, del que solo se pueden criticar algunos errores tipográficos, gustará a todos aquellos lectores aficionados a ver la auténtica personalidad de los personajes sometidos a situaciones cuanto menos comprometidas, así como a todos los aficionados a la ficción de tema médico. Solo que en este caso bajo la ficción se adivina una profunda vivencia de la vocación como médico y la realidad de la que se alimentan las narraciones.

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