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Crítica de MarioG17


MarioG17
24 March 2020
“Por supuesto que debería haberme librado de ti. Me debería haber sacudido tu persona como se sacude uno de la ropa una cosa que le ha pinchado”. Oscar Wilde, ídolo de masas actualmente, nunca ha sido santo de mi devoción. No me ha hecho nada el pobre hombre, pero siempre me ha repelido la idolatría que algunos/as le profesan. Quizás también se deba a que he terminado por aborrecer las miles de citas empalagosas que circulan por internet atribuidas al poeta irlandés. Sin embargo, en este libro he empatizado con él y he comprendido el sufrimiento que debía estar pasando, así que, sí, ahora me cae mejor.

En de Profundis, el genio decimonónico escribe una extensísima carta a su amante desde la cárcel, donde lo encerraron dos años. Dirigida a un tal Bosie, la carta —escrita en primera persona, claro está— comienza en 1897. Wilde se culpa a sí mismo por haber confiado tanto tiempo en su interlocutor, su amigo. Sí, amigo, porque Wilde habla en todo momento de “amistad”, aunque realmente se sospechaba que mantenían una relación sentimental, y de hecho esa creencia de sodomía lo llevó a la cárcel.

Wilde hace de esta carta una crítica sin tapujos a su interlocutor. Este, al parecer, ha derrumbado la vida del escritor, le ha minado la moral y ha corroído sus emociones hasta hacerlo pequeño y aplastarlo como a un insecto. En esa forma kafkiana, sin embargo, Wilde adopta los atributos humanos para escribir esta carta, quizás de las más famosas de la historia de la literatura, cargada de un veneno mortal. No tiene odio, no tiene rencor, pero sí tiene mucho que contar para hacer justicia a lo que le han hecho.

Al parecer, su interlocutor no le dejaba sosiego para escribir y producir “obras artísticas”. Wilde se queja de que le arruinara y de su propia debilidad para decirle que no. Lo califica de vanidoso y asegura que malgasta el dinero. Y como esto, todo lo demás. La carta de Wilde es una crítica continua hacia el carácter y el egoísmo del interlocutor, al que el lector llega a odia con todas sus fuerzas. Es lo que hoy llamaríamos una persona tóxica, solo que más tóxica de la cuenta, porque ha hecho perrerías de todas las clases a Wilde, que nos las cuenta desde su celda.

El trato que Wilde recibió por parte de su “amigo” fue, sencillamente, nefasto. Este le robaba dinero para gastárselo en excesos mientras Wilde estaba con fiebre, desatendido. Yo no habría prolongado esa “amistad” ni un minuto más, pero en aquella época era diferente, además de la posibilidad de que se tratara de una relación con lazos más fuerte y de la atracción que pudiera sentir Wilde hacia su compañero, al que le sacaba varios años, y que quizás le compensaba lo que le hacía padecer.

El responsable de que Wilde acabara entre rejas fue el padre del “amigo”, que pensó que el poeta tenía una relación con su hijo y se encargó de cortarla radicalmente. Es esta una historia retorcida que Wilde nos explica pero que el lector consigue entender a duras penas, pues está llena de juicios, intercambio de discrepancias, por un lado, Wilde, por otro el padre del joven “amigo”, y el amigo en medio de una contienda en la que apoya a Wilde para perjudicar a su padre, pero termina consiguiendo lo contrario.

Además, en esta carta Wilde aprovecha la ocasión para promover la reflexión y hablar de temas como la filosofía, el amor, los sentimientos, la amistad y la lealtad. Alterna muchas referencias a la lengua griega y a obras helénicas clásicas, al mismo tiempo que habla de lo que significa la cárcel para él. Entroniza la Humildad y alterna párrafos de auto-halagos con los de autocrítica.

Wilde comparte con todo el que quiera escuchar —en este caso, leer— las enseñanzas que él ha almacenado a lo largo de su vida y que ahora, en ese momento de introspección, pone en orden en su cabeza. Wilde dice que antes era feliz y ahora, no. Estando preso, “anhelaba morir”, según dice él mismo. También se planteó suicidarse cuando saliera. Sin embargo, al final opta por la alegría. Y junto a esta, nos presenta a otros dos compañeros de vida, como son el Dolor y el Amor. Habla de ellos en mayúsculas, así como de las emociones y la Religión.

Esta es una faceta que me ha sorprendido mucho de Wilde, pues alaba en exceso la figura de Cristo y hace numerosas referencias bíblicas o cristianas que se salen del camino que, a priori, llevaba su carta.

Técnicamente, utiliza muchas frases largas y a veces enlaza con un pensamiento más teórico o filosófico que aburre y desestabiliza los sentimientos del lector hacia el contenido de la carta. Sin embargo, el poder de sus emociones y su calidad literaria pueden más. Consigue que el lector empatice con él desde la primera página y lo cuenta todo de tal modo que sientes la rabia y la impotencia que muestra él en la carta.

“Haber llegado a ser un hombre más profundo es el privilegio de los que han sufrido”, dice Wilde, incluyéndose en ese grupo. El lector también sufre, así lo reconozco yo ahora. Así que puedo cogerme de la mano de Wilde, hacer las paces con él y reconocer que es un gran literato y que ole por él.
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