La casa de la alegría

Siempre es un placer acompañar a Edith Wharton en su paseo por los entresijos de la élite social neoyorquina. Y es que, no hay nadie mejor que ella para exhibir los trapos sucios de la alta sociedad.

En "La casa de la alegría" la autora vuelve a desplegar su maestría para la crítica, siempre elegante y certera, y lo hace poniendo el foco en Lily Bart, la protagonista y el pilar sobre el que se sustenta la historia. Lily es una belleza, pertenece a la alta sociedad y ha sido educada para casarse de forma beneficiosa. Pero Lily Bart no quiere un matrimonio por dinero, ella quiere enamorarse. El problema es que el tiempo se les escapa, tiene 29 años, su situación económica es precaria y debe cumplir con todos los requisitos que le impone su posición. Su única salida, como la de tantas, es encontrar marido, pero Lily no tomará los decisiones adecuadas a su clase y tendrá que sufrir con las consecuencias.

Asistimos a un tiempo en el que ser mujer y rica suponía ser educada única y exclusivamente para entretener, ser el bello objeto de decoración de todos los bailes y fiestas y aspirar al mejor de los matrimonios. Lily quiere todo eso, pero también tiene principios y límites infranqueables (nada que ver con la Undine de "Las costumbres nacionales"), quiere libertad e independencia. Son precisamente esos principios los que le harán cometer una sucesión de errores que serán señalados y penados por una sociedad hipócrita, vanidosa y envidiosa que censura y aparta a quienes tienen la osadía de incumplir sus normas.

He sufrido y he amado a Lily. Me ha parecido frívola y antipática, en otros melodramática, incluso he caído en el error de juzgarla como lo hacen sus conocidos, pero también me ha inspirado ternura y compasión. Ahora, con la lucidez que de la distancia, sé que Lily es, sobretodo, un personaje inolvidable.

La obra te envuelve en un ambiente de bailes, grandes cenas, estancias en grandes casas de campo y vacaciones interminables. Un gran despliegue de lujo que esconde un infierno para las rebeldes.

La lectura es pausada, tarda en despegar, pero no es un libro aburrido. Os prometo que me mantuvo pegada hasta el final... y qué final, me rompió el corazón en mil pedazos.