En la Tierra somos fugazmente grandiosos

Un libro bello pero cruel, con luces y sombras, como la vida misma. Una historia de ficción, pero sumamente creíble y cercana a la realidad. Una novela de las que se disfrutan y te hacen pasarlo un poco mal a la vez.

La historia del protagonista, un hijo de vietnamitas que viven en EEUU, que no solo se siente diferente por fuera, sino también por dentro, llega no solo al corazón, sino también a las entrañas. Maltratado por su madre, también lo es en el colegio por sus compañeros por ser diferente, por tener un color de piel y unos ojos distintos a los de los demás. Cuando comienza a darse cuenta de que es gay lo intenta ocultar porque sabe que es una piedra más en la mochila, y ya pesa demasiado.

Pero no todo el mundo es malo. Trevor, un chico norteamericano de los pies a la cabeza, se da cuenta de lo que él vale y empieza a ser su amigo, aunque para aceptarle tenga que aceptarse primero a sí mismo.

La narración es tan bonita que a veces recuerda a la poesía. Con un par de frases hechas con palabras simples expresa mucho. Me ha parecido un texto bello, pero también es muy duro. A lo largo de toda la carta, el dolor que muestra el protagonista y los demás personajes es tan duro que estás deseando que cambie algo, que haya un giro en los acontecimientos para que todo mejore.

Racismo, homofobia, drogas y alcohol se mezclan en la vida de Perro Pequeño, como lo llama cariñosamente su abuela, y dan vueltas a su alrededor, creando una atmósfera apabullante de la que parece que no hay salida. Porque, para algunos, la vida comienza siendo difícil y lo sigue siendo hasta el final.