Otaberra

Mi primera incursión en la literatura de mi paisana Elisa Victoria ha sido toda una sorpresa, por su voz original y su estilo único, con gran variedad de recursos narrativos (algunos muy arriesgados), multitud de voces y formatos, y un interesante juego de líneas temporales, reales o inventadas, posibles o improbables.

Renata es una mujer que vive desconectada emocionalmente del presente. Realiza acciones y movimientos en piloto automático mientras su mente está en otra parte, en otros tiempos, en otros cuerpos (o calcetines), en un bucle de pensamientos obsesivos recurrentes.

De hecho, uno de los asuntos más enigmáticos de las primeras páginas es la obnubilación de Renata al mirar fijamente la lente de una cámara, como si una fuerza superior a ella la hubiera atrapado y no la dejara escapar. Esto recuerda poderosamente a la obsesión/fascinación/adicción/pavor que provocaban los objetivos cinematográficos a los personajes de la obra maestra de Iván Zulueta “Arrebato” (no en vano, y esto ya se ha dicho hasta el hartazgo, “Otaberra” es la misma palabra pronunciada del revés).

“Otaberra” trata temas como el tiempo, la pérdida, la marginación social del diferente, la estrechez mental de ciertas comunidades pequeñas (“almas que se alquitranan cada año en este pueblo infecto que no quiere que nos vayamos”) o la escritura como intento de lidiar con el trauma y la culpa. Posee algunos fragmentos oscuros y desconcertantes, y otros bastante divertidos (hay una escena que implica a un hombre que se afeita la barba que es canela fina)

El resultado es una fascinante matrioshka metaliteraria bañada de una atmósfera de extrañeza y bruma (captada a la perfección en la sugerente imagen de la portada), con algunas páginas que son para enmarcar, como aquella en la que habla de esas “madres y maestras dando consejos que amortajan el cerebro, los padres como momias huecas a las que se le ha drenado la sangre".