Otaberra

El jueves por la noche terminé «Otaberra» y al día siguiente sentí la imperiosa necesidad de vomitar en un documento Word todo lo que este libro me hizo sentir. Estamos a domingo 29 de octubre y sigo vacía, como si Elisa me hubiese metido la mano en el pecho y me hubiera arrancado el corazón de cuajo.

Hablar de este libro es complicado. Me encantaría contarles de qué trata, quiénes son sus personajes, en torno a qué gira la historia… Pero entonces perdería toda su gracia.

Leer a Elisa Victoria es como volver a casa. Su pluma te envuelve, te abraza y te llena de nostalgia. Todavía me pregunto cómo alguien es capaz de narrar algo tan duro de una forma tan bonita, tan poética.

Tomando como base un hecho desgarrador, Elisa juega con distintas realidades. Para que se hagan una idea, ¿alguna vez les ha pasado algo malo y han pensado: «y si…»? Pues eso hace Elisa, plantear diferentes dimensiones en torno a sus personajes. Lo bueno que saco de esto es que, a pesar de que el libro termina de X forma, en mi mente existe otra dimensión en la que los personajes llevan una vida completamente distinta. Que la propia autora le dé esa libertad a sus lectores me parece maravilloso.

«Otaberra» es una bofetada de realidad. Es un libro repleto de personajes que podrían ser tus amigos, familiares, vecinos, excompañeros de clase o de trabajo, y que juega mucho con esa nostalgia que sentimos las personas que hemos nacido en las décadas de los 80 y 90. Narra una historia tremendamente injusta y desgarradora, pero que merece ser contada porque de lo contrario el libro perdería toda su esencia. Pero también es precioso y está lleno de esa ternura que transmite el amor adolescente; las mariposas en el estómago.

Ya han pasado un par de días y todavía no me he recuperado del tremendo golpe emocional que ha supuesto leer este libro, pero no me arrepiento de nada porque lo volvería a leer mil veces más.

Por favor, Elisa, nunca dejes de escribir.