Guía de pasos perdidos

Claro que mis hermanos y yo misma fingíamos guarecernos bajo el alero de los valores cristianos, pero era el nuestro un miedo atenuado por la curiosidad, menos sujeto a zurras o castigos que a ese chantaje atávico que habíamos heredado de nuestros propios padres y que trocaba amparo en obediencia y afecto en sumisión.

En mi garganta hay palabras que no me atrevo a decir. Con el tiempo , esas palabras se van volviendo opresivas; se convierten en lágrimas. Empiezo a ahogarme en ellas, pero renuncio a hablar.

[...] -la decadencia es siempre fotogénica para quien no la sufre-, [...].

En verano, pasábamos las tardes encaramados sobre el respaldo de un banco, royendo pipas de tedio y tirando las cáscaras al suelo como a una fuente de deseos perdidos.

Todo es incierto ahí dentro, porque lo incierto tiene el aspecto de un pájaro antes de que oscurezca.

Yo sigo viendo un muro donde ella simplemente ve dos líneas que se retraen en fuga; yo veo sangre y sadismo donde ella solo ve una figurilla que, al desembarazarse de su poder simbólico, no es ya sino un adorno redundante, un simple objeto de memorabilia desposeído de la menor intención.