La hija del Este: 1

“La hija del este”, premio de la crítica en 2012, es una muy buena novela que se lee con apasionamiento, una obra de tesis en la que se mezclan varios planos y en la que está claro quiénes son los malos, pero no tanto quiénes los buenos.

Por un lado tenemos, a modo de documental, el testimonio (dramatizado y supongo que ficticio) de uno de los amigos de la hija de Ratko Mladic, un serbio judío que, además de regalarnos unos fantásticos retratos de Milošević, Karadžić o el propio Mladić, nos irá relatando la vida de su familia entrelazada con la historia reciente de los Balcanes y, de paso, la historia de los serbios (mítica, como no podía ser menos) y la evolución nacionalista que sufrieron los "pueblos" balcánicos desde la muerte de Tito y que llevó a los conflictos de Eslovenia y Croacia, primero, y de Bosnia después.

Por otro lado está la narración que despliega ante nosotros un narrador (aunque no cualquier narrador) sobre el despertar de la conciencia de Ana Mladic mientras continuos flashbacks nos muestran el pasado de su familia. Todo ello "amenizado" con las tremendas, trágicas y tristes atrocidades que allí se produjeron mientras Europa miraba hacia otro lado.

"¡Soy croata! Puede que tenga un trabajo de mierda, que mi mujer me riña cuando vuelvo borracho y que mi jefe disfrute humillándome, pero ¡ah, compatriotas, hermanos, antiguos camaradas!, no soy un cualquiera, sino un elegido, pertenezco a una gran nación, a un pueblo milenario, ¡soy croata! "

Una frase que bien podría ser pronunciada igualmente por un serbio, un catalán o un español, de esos que se sienten miembros de un pueblo milenario, con una personalidad única y magnífica, objeto de derechos inalienables y protagonista de actos heroicos (si es nuestro pueblo) o víctima de actos deleznables (si es cualquier otro), el mismo pueblo que, para lograr el futuro esplendoroso que tanto merece y anhela, solo tienen que eliminar el pesado lastre que suponen los otros pueblos con los que el injusto azar los ha mezclado.

Es grotesco, y sin embargo funciona, lleva siglos funcionado y seguirá funcionando, y de esto va esta novela, de cómo se consigue que la misma gente que un día desconocía su origen o simplemente no le daba importancia, es capaz al día siguiente de quemar la casa de su vecino simplemente porque nació o proviene de otro lugar, alejado quizás unos pocos kilómetros, o profesa otra religión; de que esto que nos parece tan lejano, tan extraño, tan poco factible, puede ocurrir en cualquier sitio, pudo ocurrir allí y puede ocurrir aquí en cuanto nos descuidemos; en definitiva, de cómo una construcción metafísica, siempre interesada, como es "el pueblo" o “la patria”, puede convertirse en el centro de nuestra vida y, lo que es más terrible, de nuestra muerte.

En la parte final de la novela, alguien, enfurecido, grita: “No entiendes nada. El amor a la patria no se razona, es un sentimiento, algo que nace aquí, está por encima de los argumentos, es intemporal, sagrado.”

Sí, la patria, el pueblo, son de esos memes exitosos en los cerebros de estos primates que somos que dota al individuo de la sensación de ser uno de los elegidos, de ser parte de la trascendencia que dota de sentido a todo este mundo absurdo. El blindaje de todos ellos contra la razón es absoluto; es más, a esta se la desprecia por fría, por cobarde, por no ser capaz de motivar a la masa a hacer lo que hay que hacer para mayor gloria de la patria, del pueblo o de Dios.

Espero que todo este rollo que he largado aquí (ha sido imposible contenerme) no eche por tierra el objetivo de toda buena crítica que es incentivar a la lectura de la obra criticada. Pues bien, si de algo sirve, si no todo está perdido, diré que la novela es apasionante, engancha desde los primeros compases; todo lo mencionado arriba es narrado y explicado con una prosa potente, utilizando el arma más poderosa que existe contra los peligros de los que alerta: individualizar al enemigo, dotarle de cuerpo, de alma, de una vida, de penas y alegrías, de anhelos, de familias, de esas novias que no nos hacen caso, de esos estudios que nos aburren o nos apasionan, de esas reuniones con amigos, de esos primeros escarceos amorosos, de las ganas de juerga y de los miedos ante el futuro incierto, de sus dones y miserias, también de sus envidias, de sus venganzas ancestrales o cotidianas y siempre miserables... en definitiva, haciéndonos visibles los árboles ocultos tras ese oscuro bosque que es ese pueblo justificador de lo injustificable.