Tal vez resultara extraño, para ojos ajenos, que una mujer sin un hermoso rostro consiguiera hacerlo estremecer. Por el contrario, Sebastian lo encontraba natural, porque decir que ella le gustaba era no hacer justicia a la realidad.
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Tal vez resultara extraño, para ojos ajenos, que una mujer sin un hermoso rostro consiguiera hacerlo estremecer. Por el contrario, Sebastian lo encontraba natural, porque decir que ella le gustaba era no hacer justicia a la realidad.
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Ella vaciló un instante justo antes de aceptar su mano, pero en ese momento, el señor Field lucía una sonrisa serena y Phillipa se dejó seducir por ella. «Debería sonreír más y regañar menos», se dijo a sí misma. Eso solo hacía que mejorar su apariencia. —Gracias —murmuró con la cabeza baja. No sabía por qué, pero el contacto entre ambos le produjo una sensación agradable y temía que sus pómulos terminaran adquiriendo un color rosado. —No olvide nuestra conversación —le recordó entonces—. No se aleje de mí y cumpla todas mis órdenes. Evidentemente, el encanto se esfumó en el acto. |
Phillipa, por su parte, aguardó durante unos segundos el beso que estaba segura él iba a darle. Sentía en su interior un pequeño anhelo que trataba de disfrazar. No sabía cómo llamarlo con exactitud, aunque el calor amenazaba con propagarse, temiendo quedarse sin aliento. Cuando pasaron los segundos y fue obvio que no ocurriría, puesto que Sebastian pasó a concentrarse en el asiento vacío del carruaje, una oleada de decepción la invadió, tocando su orgullo. (…) |
(…) era Phillipa Baker, una práctica, eficiente y fea viuda con pocas ilusiones, salvo ayudar a los más humildes. Así que no necesitaba que un hombre le complicara su vida. Y sin lugar a dudas, el señor Field parecía de ese tipo.
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Debía reconocer que la señora Baker no era una mujer bella a la que admirar. Su cutis sonrosado y sus pómulos altos le conferían carácter a su rostro, si bien todo el conjunto no era favorecedor. Además, carecía de la sofisticación y pretensiones propias de las damas de su posición. Vestía con bastante sencillez, según había podido observar; sin excesos. Y en vez de dedicar su tiempo a tomar el té con las amistades de su tío el duque, su vida parecía regirse por su empeño por ayudar a las clases más desprotegidas. Tenía alma y agallas, lo cual era mucho más hermoso. Por lo menos para él. |
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