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Crítica de Zairamec


Zairamec
25 July 2022
Fernanda Trías y la Mugre Rosa

Fernanda Trías es una escritora Uruguaya, de 46 años (1976), que a la fecha cuenta con 6 obras publicadas: cuatro novelas y dos libros de cuentos. Es una mujer que ingresa a la literatura contemporánea al inicio de siglo con su primera novela La azotea (2001) y 20 años después publica su última novela Mugre Rosa galardonada con el premio Sor Juana Inés de la Cruz (2021).

Mugre Rosa es un viaje, un encuentro con la tierra natal de Fernanda Trías, no hay referencias geográficas y espaciales explícitas, no hay lugares comunes con su ciudad, pero la atmósfera nos hace intuir que es en su casa y en su país donde está escribiendo. La protagonista se encuentra en una ciudad portuaria, una ciudad donde el mar y la tierra confluyen, ese lugar es hogar, es su raíz, de donde no quiere irse, porque no puede, porque irse significa huir, abandonar, enajenarse, dejar de existir, así que prefiere quedarse aun cuando eso implique la muerte. La escritora es distinta, su patria está en su mente y en su corazón, pues ella no da una tierra fija a sus pies, siempre está viajando, siempre se está moviendo y vuelve a su país cada vez que se sienta a escribir. Sus libros son su medio de transporte.

Si bien la novela se ambienta en una ciudad semejante a la de la autora, Mugre Rosa sucede en una realidad alterna, un mundo distópico donde existe una verdad única y absoluta: el medio ambiente es hostil. En este mundo, el agua y el aire están contaminados y ha dejado de llover, pero siempre hay una nube ahí, viciando el espacio. Los animales y las personas mueren y lo único con valor nutricional para comer son enlatados, en especial, un enlatado cárnico hecho con residuos y con un químico que permite aprovechar la totalidad de los animales y convertirlos en una masa rosa, la carne a la que ella, la protagonista llama «Mugre Rosa». Las razones del desastre y de la calamidad que enfrentan se van revelando, poco a poco, a través de los recuerdos de la mujer que lleva la voz narrativa y que a su vez es la dueña de los ojos y de los sentidos que nos permiten transportarnos a ese puerto.

Sin embargo, esa ciudad portuaria no es solo el escenario de un desastre ambiental provocado por químicos y la industria de alimentación, sino que también es el escenario de las ruinas emocionales que acompañan a la protagonista, una relación conflictiva con su madre, Leonor, que siempre le recuerda sus errores y sus carencias, que la minimiza y la invisibiliza. El dolor de la pérdida a través del recuerdo de la mujer que fue para ella su verdadera madre, Delfa, su niñera. Un matrimonio fracasado al que ella se niega a dejar de pertenecer, tanto así que sigue estando para él aun cuando él, Max, ya no la necesita. Un rol de cuidadora autoimpuesto para sentirse útil, para confirmar y validar su existencia, una labor por la que abandona su trabajo y su profesión y se entrega en tiempo completo a ser la niñera de Mauro, un niño - hombre con un síndrome neurológico que lo hace incapaz de contener impulsos, en especial el del hambre. En estas relaciones y a través de ellas, ella vive y justifica su existencia.

De esta manera esta novela nos transporta a una realidad epidémica, una realidad donde una pandemia, que difícilmente se acepta, está consumiendo el mundo, muy similar a la pandemia que vivimos en el 2020, solo que esta no solo afecta a los seres humanos, sino también a la naturaleza. Aquí el planeta Tierra está agonizando, está sufriendo, está reclamando el daño hecho. Un daño producto del desecho humano, de la industrialización, de la cadena productiva que explota los recursos ambientales hasta agotarlos y luego continua con el proceso hasta convertir los residuos en materia de consumo. Es un reciclaje constante con apariencia de infinito. En esta historia, así como en todas las mitologías, la vida empieza y termina en el mar, aquel lugar donde arrojamos todo lo inútil de la humanidad. Primero mueren los peces, se producen migraciones de animales costeros, se desequilibra el ecosistema y aparecen especies invasoras como las algas. La autora apunta a través de su novela a la eco-ficción, aquella vertiente de la literatura contemporánea donde la naturaleza no solo es el escenario, sino que también es protagonista, pero no lo plantea como un llamado de atención, sino más bien como una representación de lo que se ve como una mal inevitable donde los seres humanos son los que al final cargan el peso de la destrucción que se han empecinado en llevar a cabo. La enfermedad retornará a los seres humanos, quienes serán despellejados, de la misma manera que ellos, los hombres, han despojado de su piel a la naturaleza.

Fernanda Trías ofrece una voz narrativa femenina que habla del mundo a través de una una protagonista en quien los roles impuestos por la sociedad, los de hija, de pareja y de cuidadora, son cubiertos por la incertidumbre, una mujer que es la única que no tiene un nombre en la novela, y que representa un cuerpo y una vida donde nada es como debería ser, donde las reglas se rompen, donde lo que se espera nunca sucede, creándose el escenario perfecto para que ella sea quien quiera ser y la novela es el lugar perfecto para esto suceda, en medio de un mundo que está al borde de la muerte, ella tiene una lucha interna donde sus yo se mezclan, luchan, se confrontan y buscan las respuestas. El puerto lucha por sobrevivir, ella lucha por existir.


Con una prosa sencilla, directa, matizada con algunos aforismos, con diálogos cortos y necesarios para dar dinamismo a los encuentros y con una historia discontinua guiada por la rebeldía que constituye la memoria, Fernanda Trías construye una ciudad que, al mismo tiempo, es una mujer cubierta por una nube, cubierta por la niebla, donde lo que pueden ver nuestros ojos y percibir nuestros sentidos se va revelando poco a poco con un movimiento de una mano o al pronunciar una palabra. Todo va sucediendo muy rápido porque es necesario, porque el tiempo aquí vale oro, porque la hoz de la muerte viaja en el viento impaciente esperando el momento de su ataque, pero aunque esto sea así, la lectura es pausada porque al finalizar cada capítulo queda un espacio para respirar, un momento que nos ofrece esa mujer para pensar y acompañar sus recuerdos, aquellas palabras dichas antes de que sucedieran todos los desastres, el del mundo y el de su vida:


«Decime.

¿Qué?

¿Cómo es la paradoja de que para rendirse primero hay que soltar, pero que no es al soltar que uno se rinde?»

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