La cabaña del fin del mundo

Me animé a leer La cabaña del fin del mundo (2018), de Paul Tremblay, después de haber leído numerosos elogios de esta novela por parte de mucha gente, incluido el mismísimo Stephen King. Y, desde luego, ha sido toda una experiencia.

Sin embargo, a la hora de sentarme a escribir la reseña, me encuentro con que resulta casi imposible contar nada sin desvelar partes importantes de la trama. Definitivamente, esta es una de esas obras a las que hay que acercarse con la menor cantidad de información posible. Esa es la mejor manera de disfrutarla, saboreando su intensidad, así como todos sus giros y sorpresas.

El comienzo de la historia nos lleva a una solitaria cabaña en un entorno natural salvaje y remoto de New Hamsphire. Este es el lugar elegido por Eric y Andrew para desconectar de la rutina en compañía de Wen, su hija adoptiva de siete años. Pero el paraíso se transforma de manera súbita en un infierno cuando se produce un violento allanamiento de morada que lleva detrás la sombra de un apocalipsis.

Los intrusos, dos hombres y dos mujeres, han llegado hasta allí con el propósito de «salvar el mundo». Y, según explican a los aterrorizados moradores de la casa, solo hay un modo de hacerlo. Todo está en sus manos. La decisión que tomen puede evitar el fin del mundo, aunque el precio a pagar es muy caro. No puedo seguir contando nada más sin arruinar la lectura a quienes todavía no conozcan la novela.

La atmósfera del relato es muy opresiva. Todo sucede en el interior de la cabaña y sus alrededores, casi como si se tratara de una obra de teatro. El lector anda un poco perdido tratando de entender qué pasa, en parte porque el autor dosifica la información de manera casi desesperante. Los visitantes no invitados a la cabaña se comportan (de entrada) de un modo extrañamente civilizado, pero sus intenciones y sus argumentos son delirantes. ¿Se trata de simples lunáticos o están diciendo la verdad? al final, la violencia y el horror serán una consecuencia inevitable de todo lo que va sucediendo.

Pero incluso con estos datos no es posible hacerse una idea de lo que es en realidad esta novela. Todo es mucho más complejo. A medida que avanza la historia, el lector se da cuenta de que no se encuentra ante un simple relato de héroes y villanos, de los «buenos» defendiéndose de los «malos». Cada personaje es un mundo y acaba siendo, de una u otra forma, sometido a una prueba casi imposible de superar. La carga psicológica de esta novela es muy pesada, casi tanto como la crudeza de algunas de sus escenas. Desde luego, no es una lectura apta para estómagos sensibles.

A eso hay que añadir el planteamiento de interesantes dilemas morales que ponen sobre todo a Eric y Andrew contra las cuerdas. Ciertas decisiones son siempre difíciles, pero todavía lo son más cuando distinguir entre lo real y lo irreal se vuelve casi imposible.

En definitiva, The Cabin at the End of the World es una novela que nos ofrece la oportunidad de pasar un buen «mal rato» y que nos reserva un desenlace imprevisto. Recomendable.
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