Pequeñas desgracias sin importancia

Lo de que rendirse no es una opción es una de esas cosas que hemos adoptado como mantra y que creemos que nos ayuda a seguir, a ser más fuertes, a ser mejores personas. Nos hemos acostumbrado a idolatrar a los vencedores y pocas veces nos solidarizamos con los vencidos. Ninguno de nosotros quiere ser un derrotista, un derrotado.
Pero rendirse, algunas veces, sí es una opción. Una opción, una decisión, la única manera de encontrar el descanso y dejar de sufrir. Rendirse como triunfo. No todo el mundo lo entiende.
Que llega un momento en el que no se puede hacer más, que no venimos a este mundo para salvarlo de todo lo malo sino para hacerlo mejor. Y que es lícito sentarse a tomar aire, mirar el cielo y plantarnos ante el siguiente giro de la Tierra. Hasta aquí hemos llegado. Quizá no hace falta más.
La despedida es más dura que el duelo en sí, eso es cierto. Porque mientras estamos de duelo seguimos teniendo una parte de ese amor presente ante nosotros. Despedirse, por el contrario, nos deja definitivamente solos. Y así aprenderemos de nuevo a vivir. Sabiendo que existen personas para las que la única opción es dejar de luchar. Y que la nuestra no es otra que aceptarlo.