El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Este libro llegó a mi manos por motivos "superficiales": la portada y el título me llamaron mucho la atención, así que lo compré sin saber de qué iba. Por suerte, ha acabado siendo una lectura profunda e inolvidable, de esas que te zarandean y te remueven por dentro, pero de las que el dolor de la historia queda amortiguado por la belleza de sus palabras.

Y es que dolor y belleza son los dos términos que mejor resumen esta corta novela protagonizada por un chico, Alesky, y su madre en la que él nos narra el último verano que vivieron juntos. Con leer las primeras frases del libro se comprende que es un libro crudo, incómodo y difícil de dejar impasible al lector. Avanzando en la lectura, descubrimos que además la historia está cargada de una emoción tan visceral y pura que entristece y nos desmorona de manera inevitable. Sin embargo, la pluma de la autora (y la estupenda labor de traducción de Marian Ochoa de Eribe) consigue elaborar frases tan bellas, tan expresivas, llenas de poesía y significado que hacen que merezca totalmente la pena experimentar ese dolor y enfrentarnos a todas las reflexiones que inevitablemente suscita esta historia.

No quiero entrar demasiado en la trama, ya que la mejor manera de disfrutar esta historia es de la mano de Alesky, vivir sus emociones, su rabia y su agresividad como si fueran nuestras y viajar junto a él en la montaña rusa de sentimientos que experimenta como si fuéramos nosotros quienes están aprendiendo sobre el amor, el perdón, la vida y la muerte.

Sin duda esta novela intimista y dramática se ha incorporado a mis lecturas favoritas del año. Si os gustan las historias que ponen las emociones a flor de piel y que dejan huella, este libro es una opción maravillosa.
Enlace: https://www.instagram.com/p/..