Aleksy es un hombre quebrado. Si bien es un reconocido artista, hay algo dentro y fuera de él que se ha roto, y su psicoanalista lo insta a reconstruir un verano decisivo en su vida: la temporada que pasó con su madre en un pueblo costero de Francia a los diecisiete años. Una madre a quien al principio odia profundamente por haberlo abandonado para hundirse en el dolor de la pérdida de su otra hija, y por haberlo dejado lidiando solo con su propio duelo y con una transición complicada hacia la adolescencia. A lo largo del relato, sin embargo, vamos viendo cómo Aleksy logra acercarse de a poco a su madre, humanizarla y encontrar algún terreno en común para construir un recuerdo más positivo de su relación con ella. La escritura de Tîbuleac está repleta de imágenes poéticas y de símbolos que enriquecen la narración y nos permiten acercarnos desde una prosa muy bella a sentimientos desgarradores como el dolor, el odio, la tristeza, el despecho, y el desconcierto frente a lo inaceptable. La voz narrativa de Aleksy en primera persona es un hallazgo formidable que nos permite acceder a sus sentimientos tanto a través de lo que dice como de lo que calla. Es una de las novelas más descarnadas que he leído sobre la relación madre- hijo y sus complejidades. El final (estoy escatimando mucha información porque no tendría gracia adelantar nada) me quitó el aliento y me dejó conmocionada. No puedo garantizar el mismo efecto a todos los lectores, pero sí que es una novela que no los dejará indiferentes. |