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Crítica de EstefaniaToro


EstefaniaToro
15 June 2022
Dicen que cuando mueren los padres una se queda sin asidero en este mundo. Recuerdo la mirada y la voz quebrada de mi madre cuando me dijo a mis diez años que había muerto su padre, y como diez años después se repetía la escena al decirme que había muerto el mío.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes” de Tatiana Tibuleac comienza con un adolescente, Aleksy, que todos los días desea que muera su madre. Una madre que siempre fue de cuento, pero de terror: cuando murió Mika, la hermana menor del entonces pequeño protagonista, la mujer se encerró tanto en su depresión que rechazó todo intento de acercamiento por parte de su hijo.

“...me había apartado de un puntapié como a un perro cuando yo estaba dispuesto a ser un perro solo por sus caricias”.

Sin embargo, este verano será distinto. Para que Aleksy acceda a pasarlo con ella en un pueblo aislado, le soborna con la promesa de regalarle un coche. Lo hace porque sabe que este será su último verano. Se entera, entonces, que su madre tiene cáncer y que le quedan dos meses de vida.

Así empieza un relato descarnado y dolorosamente sincero, una travesía que va más allá de un desplazamiento físico cuando la madre se deteriora y Aleksy aprende a amarla. Mientras su cuerpo se transforma, se encoje y se convierte en una especie de molusco con el cabello como una flor de diente de león, sus ojos verdes comienzan a ocupar la mayor parte de su rostro, protagonistas -también- en la trama de esta novela profunda, sin concesiones, pero igualmente conmovedora.

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es una historia nacida desde el dolor para crecer y convertirse en perdón y reencuentro. Habla de los dolores más extremos, de infancias silenciosas y amores negados que, en medio de esa oscuridad, de ese rencor, de esa mugre, ve nacer la humanidad más esperanzadora.

Unas páginas que nos enfrentan al primer miedo del ser humano: perder a nuestra madre. Cuando el viento pueda desprendernos sin esfuerzo de la tierra porque ya no haya nada que nos sostenga ahí.

Es probable que así se sientan algún día mis hijas, que se sintiese así mi madre, que estoy completamente segura que sucederá el día que ella ya no esté.
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