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Hay libros que no sólo divierten con sus historias sino que pretenden hacer pensar a sus lectores, que dejan algún tipo de enseñanza, que ayudan a ser mejores personas pero en este libro me pareció muy evidente esa pretensión por parte del autor brindando preceptos de vida sin dar mucho lugar a la reflexión sobre ellos. Los personajes están idealizados. Sebastián, el protagonista, está descubriéndose a si mismo, y su lugar en el mundo, y lo logra a través de la libertad de pensar y actuar como siente. Sin embargo, no siento que el autor le este dando esa misma libertad a sus lectores adolescentes, no da mucho lugar a que saquen sus propias conclusiones de lo leído en esta novela. La voz del protagonista no suena como la voz de un chico adolescente sino que se escucha la voz propia del escritor, un señor adulto que pasó por muchas experiencias y que pudo reflexionar sobre ellas. Las lecturas que se mencionan no son las que pueda realizar un chico en unos pocos años sino las que puede realizar una persona a lo largo de un período de tiempo más amplio. Esta novela no se encuentra dividida en capítulos sino en las historias que va relatando el protagonista donde cada una de ellas tiene su título. A esto se suma una segunda parte que aclara todos los libros o personajes literarios mencionados a la largo de esas historias. Este fue un aspecto interesante porque es común encontrar este recurso de mencionar otras obras dentro de una novela pero a veces los escritores dan la impresión de querer justificar su obra o mostrar sus lecturas que no son las mismas a las que accede un típico adolescente de hoy en día, pero aquí se muestran cómo las lecturas que debería leer un adolescente. Me molesta ese aspecto prescriptivo que aparece a lo largo de todo el libro. |
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