El judío errante

—Os aseguro señor, –dijo Adriana, emocionada—, que está compañera me honra mas que todo lo que podríais decirme; un corazón que sigue siendo bueno y delicado, a pesar de los crueles infortunios, es un tesoro muy raro. ¡Es muy fácil ser bueno cuando se posee belleza y juventud!, ¡ser delicado y generoso cuando se poseen riquezas! Acepto, pues, vuestra comparación.

[...] jama haré juramento de cumplir una ley hecha por el hombre "contra" la mujer con un egoísmo desdeñoso y brutal; una ley que no sabría aceptar sin ser esclava o perjura; una ley que "doncella" la retira su nombre; "esposa" la declaración al estado de imbecilidad incurable, imponiendola una tutela degradante; "madre" la quita todo derecho, todo poder, sobre sus hijos, y "criatura humana" , en fin, la avasalla, la encadena para siempre al buen placer de otra criatura humana, su semejante y su igual ante Dios. [...] No, jamás haré juramento de observar una ley que mi dignidad y mi razón rechazan [...]

— [...] ¿Pero si el bien es tan fácil y tan útil, por qué no se prodiga más?
— ¡Ay, señorita!, es que hacen falta tres condiciones, que difícilmente se encuentran en una sola persona: saber, poder y querer.

— Sí, sí tía Arsenia; pronto se dice de una joven que ha caído: "es una esto o una otro", pero si se supiera la causa, tal vez en lugar de insultarla se la compadecería...