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Crítica de IvanValenciaA


IvanValenciaA
02 November 2020
En defensa de los ociosos es un corto ensayo de Robert Louis Stevenson publicado en 1877. Es un texto refrescante y que al día de hoy no ha perdido su vigencia. En él, Stevenson, como ya lo ha señalado en el título, postula algunos argumentos a favor de la ociosidad y contra la excesiva diligencia de los hombres. Empieza definiendo lo que entiende por ociosidad y dejando claro que no la concibe como un simple no hacer nada, al contrario, entiende la ociosidad como “hacer muchas cosas no reconocidas en los dogmáticos formularios de las clases dirigentes” (Pág. 12). Partiendo de esta definición mostrará como el ocio da ventajas respecto a la vida que la diligencia, la ocupación, arrebatan. Estamos pues, en otras palabras, frente a una defensa de las cosas que no importan, y en un mundo del trabajo lo esencial pareciera ser lo que no importa: la belleza, la naturaleza, la contemplación, la lentitud, el espíritu. ¿Y qué aportan estas cosas a la vida? Podría decirse que sentido, quizá no en el sentido trascendental o teleológico, más bien como justificación del breve espacio que podemos disfrutar siendo materia consciente.

En estas escasas páginas el autor mencionará los problemas que el mundo del trabajo trae a las personas que solo existen para él: malhumor, indigestión, alejamiento de los otros, ceguera frente a la vida y sus cosas. Tanto así que llegará a decir que quienes existen únicamente para la diligencia son como muertos vivientes. Stevenson no va a despreciar el trabajo y la diligencia, más bien señalará que una vida que se olvida de esas cosas que parecen no importar, aunque sean esenciales, es una vida que no vale la pena.

Otro argumento contra la eterna ocupación, contra la búsqueda constante del éxito y el reconocimiento, tiene algunos tintes existenciales, y es que Stevenson plantea que frente a la insignificancia de la vida humana, frente a la inutilidad de sus proezas en un universo que lo tiene en su seno con indiferencia, no tiene sentido dedicar la vida a estas cosas mientras lo esencial trasciende frente a nuestros ojos.

Leído desde nuestra época En defensa de los ociosos resulta ser un ensayo premonitorio. En las molestias que el hombre diligente presenta en su día a día y que Stevenson expone, pueden hallarse rasgos que adelantan la crisis psicológica de nuestra época. Hoy, la enfermedad mental, ha copado nuestra cotidianidad. Este mundo, que nosotros mismos hemos construido, nos enferma.

El texto de Stevenson es una llamado a la lentitud y a la reconciliación con los ritmos del mundo y de la vida, que son lentos. Es por esto que cosas como la lectura y los libros, aunque admiradas y recomendadas por el autor, son denominadas como “un pálido sustituto de la vida” (Pág. 16). Es un llamado a volver la vista sobre los otros, sobre el mundo, sobre nosotros mismos. de nada sirve la ociosidad si la mirada que nace de ella se pierde sobre nosotros mismos o sobre fantasías. El campo, la calle, es el mejor lugar para aprender, dice Stevenson.

Sea cual sea nuestra condición, sean cuales sean nuestras preocupaciones y motivaciones, el texto de Stevenson nos recuerda que esto que llamamos vida es lo único que tenemos, o al menos lo único que tenemos certeza de tener, el otro mundo y la vida eterna son posibilidades, solo posibilidades. Este corto instante de consciencia, esta endeble mirada que día a día se nos muere, es la única oportunidad que tenemos para divertirnos, para compartir con quienes amamos, para ser felices, para conocer, para indagar en este infinito donde no somos nada. La tumba y la muerte quizá traigan tranquilidad y paz, la que da la nada; pero la tranquilidad de la vida debe ser imperativo. No implica esto una desconexión del mundo y sus problemas, y esto parece ser lo que señala Stevenson cuando no desprecia la diligencia, no obstante su dura crítica. Creo que fue Oscar Wilde quien dijo que todos estamos en el barro pero algunos miramos a las estrellas. Ser ocioso es ser quien mira a las estrellas y a la vez es consciente de que se halla en el barro. El ser humano excesivamente diligente se ahoga en el barro y cree estar en terreno firme. Seamos pues quienes miremos a las estrellas.
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