Nueve relatos navideños y un final inesperado

El mundo seguramente sería un lugar menos terrible si se pudiera comentar el final del mismo con alguien que te mirara como si nada grave sucediese en realidad.

Siento que esto es algo, teníamos que estar hoy aquí y ahora, y de alguna manera el destino nos ha traído hasta aquí.

Una nueva mirada a la puerta antes de sumergirse en las redes sociales y comprobar que el mundo se iba a la mierda un día más. No es que eso fuera algo noticiable, porque quien más, quien menos, ya se lo veía venir.

La mirada siempre ha de acabar en esperanza para dejar que la otra persona se contagie de lo que puede que le falte en ese momento.

A veces podemos dudar y no saber si el camino es el correcto, pero podemos cerciorarnos de alguna forma.

Las buenas rutinas hay que conservarlas, como si fueran anclas que te agarran con fuerza a lugares, gente y momentos que no quieres, o no debes, olvidar.

Porque es la mirada la que siempre ha de acabar en esperanza.

La gente es capaz de ver en una mirada lo que no consigue expresar en años llenos de palabras.

Es la mirada la que siempre ha de acabar en esperanza. Porque si decides dedicarle a alguien tu bella mirada, es porque te importa lo suficiente como para demostrarle que la esperanza sigue ahí, en tu interior.