Todos mis veranos los pasé en Galvana

Que el colectivo LGTBI aún tiene mucho por lo que luchar es un hecho, como también lo son sus pequeñas batallas ganadas. Todos mis veranos los pasé en Galvana refleja una realidad no tan pasada, me atrevería a decir que aún presente, cuya visibilidad contribuye a perseguir nuevas victorias.

Lucas, tras un camino difícil, ha conseguido grandes cosas, pero no ha superado una: Galvana.

Localidad árida y añeja en todos los sentidos imaginables. Un pequeño reducto de esa España por la que el tiempo solo pasa en su infraestructura, en la que valores e ideas que deberían ser tan ruinosas como sus rincones, perviven con el mismo lustro. O casi.

Casi porque a veces el silencio, el secretismo, el miedo o la vergüenza son los verdaderos perpetuadores de algo que ya no tiene sentido.

Lucas creció en Galvana. Se sintió asfixiado en un lugar que no le aportaba lo que buscaba, tuvo pánico a reconocerse en un ambiente que no le reconocía y vivió un verano que lo cambió todo.

Pablo Sierra nos habla de valientes y de cobardes o simplemente de formas diferentes de encontrar nuestro lugar en el mundo (que no siempre nuestra felicidad). Nos habla de rencor, de perdón sin reconciliación, de autodestrucción y autodescubrimiento, y todo ello con un estilo fluido, accesible, con el que he encajado perfectamente.

Todos mis veranos los pasé en Galvana me ha abierto la puerta al mundo sobre el que Pablo escribe y quiero seguir investigando.

Punto fuerte - Me he sentido en Galvana e incluso no dudé en buscar en Google maps ese lugar que el autor había dibujado con tanta maestría en mi mente, infructuosamente por supuesto, porque Galvana es como Lucas: ese fruto de la imaginación de alguien que ha vivido en mí unos días.