Siempre hemos vivido en el castillo

La familia Blackwood, dueña de la mansión más impresionante del pueblo, fue golpeada por la tragedia 6 años atrás. La mayoría de sus integrantes murieron misteriosamente envenenados. Los únicos sobrevivientes, Merricat, Constance y el tío John, viven recluidos en su casa, odiados por todo el pueblo, pero en un mundo aparte que se rige con sus propias reglas. Cuando un primo con un parecido aterrador con el padre llega a la casa, el equilibrio precario en el que viven los Blackwood se ve amenazado, especialmente el de Merricat, que a sus 18 años se rige por un pensamiento mágico que debe protegerla de un mundo exterior que le resulta del todo hostil. Merricat hará todo lo posible por expulsar al primo Charles y recuperar a Constance. ¿Pero a qué precio?

En una novela extraordinaria en todo sentido, Jackson nos interna en la mente de una adolescente claramente perturbada, pero cuyo desorden se ve exacerbado por la estigmatización que sufre. Elegirla como narradora de la novela es un acierto fenomenal, ya que nunca sabemos qué podemos creerle y qué no. Merricat es una interpretación moderna de las brujas, esos personajes tan emblemáticos de la intolerancia a la otredad en Estados Unidos desde sus orígenes. Pero al igual que con las brujas, uno se pregunta si el odio hacia Merricat y Constance no está más relacionado con el hecho de que sean dos mujeres que han elegido vivir al margen de la sociedad en su castillo (además con independencia económica), que con el hecho de que las sospechen asesinas.

El elemento mágico/fantástico es mínimo, y los conjuros de Merricat y su uso de fetiches de protección parecen más una forma de autoengaño que un elemento sobrenatural. Es fabuloso el uso del espacio doméstico como campo de batalla y de disputa del poder. de todos modos, lo que pueda decir no llega ni cerca de transmitir la experiencia de internarse en la novela. ¡Vale la pena hacerlo!