Hamlet

El zenith de la tragedia; la más influyente, la más inspiradora, aquella que el romanticismo hizo más diáfanamente (sic) suya y modeló nuestro abisal inconsciente.

Océanos de tinta han cantado y cantarán las alabanzas de la escritura de Shakespeare: sus increíbles imágenes que reconocemos con estupor, su aliento trágico que nos asombra aún más de cuatrocientos años después, su humor que no nos deja olvidar el carácter popular de sus obras. En este Hamlet podemos también hallar unos personajes inolvidables, unas situaciones merecedoras de la mejor continuación, desde los clásicos griegos, de ese sutil, vital equilibrio entre lo apolíneo (¿o sería mejor "infernal"?) y lo dionisíaco, entre el vino y la sangre, llevadas ambas por las lágrimas que fluyen cual río arribando a la mar.