Ser o no ser; he aquí el problema. ¿Cómo se comportará el alma de un hombre de temple?... ¿Soportará con resignación los rudos golpes del destino, o luchará a brazo partido con el diluvio de las desgracias y, haciéndoles frente, acabará con ellas? Morir...,dormir..., ¡Dormir en paz! Sí, dormir..., ¡y soñar también! Esto nos libraría de todos los males. Pero aquí está la mayor de las dificultades de la cuestión..., porque, ¿sabemos, acaso, qué nos ocurrirá en ese sueño de la muerte, cuando nos hayamos librado de esta pesada carga que es la vida? Aquí es preciso detenerse, de aquí parte esta larga reflexión que hace duradera la vida de los desgraciados. Si no fuera así, ¿quién quisiera cargar con la pesada carga de los ultrajes del tiempo, las injurias de los opresores, el desprecio de los orgulloso, las congojas del amor desairado, la lentitud de la justicia, la opresión de los poderosos, las vejaciones que el sufrido mérito recibe del hombre, si todo eso se puede evitar y poner fin con la punta de un puñal afilado? ¿Quién podría resignarse a llevar gimiendo la tan pesada carga de una vida de sufrimientos y dolores, si no hubiera el temor de algo peor después de la muerte..., ese ignota mundo de más allá del cual no hay viajero que vuelva? ¿No es, tal vez, este temor el que aniquila nuestra voluntad y nos obliga a soportar todos los males que nos afligen, antes de arrojarnos en el camino de otros cuyos linderos y fines desconocemos? Y de este modo, bajo el peso del temor, nuestra conciencia nos hace cobardes y débiles para todo lo que se nos alcanza; así, el aspecto formativo de nuestras resoluciones se desluce, se archiva, y encubiertos por la enfermiza palidez de la inquietud, las más grandes e importantes empresas se extravían en el curso de su camino hasta olvidar los fines de sus propósitos.
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