—¡Hola, buenas tardes! —Saludó Sonia con el tono más cortés que pudo—. Nos gustaría hablar con Sandra Buenatinta, por favor —pidió casi en susurros. Con la velocidad de un perezoso anestesiado, se giró y nos echó una mirada aburrida por encima de sus gafas. —¿Y para qué queréis verla? —preguntó mientras se inclinaba sobre nosotros sin intentar disimular su mal humor. |