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Relectura de este clásico de la literatura estadounidense. Recuerdo que cuando lo leí en la adolescencia me dejó frío sin más, ni fu ni fa. Pero desde la perspectiva adulta, bastantes años después, puedo decir que he podido descifrar y disfrutar una enorme visión y perspectiva de la difícil etapa que supone el hecho de pasar de la niñez a la adolescencia. La dificultar que experimentan las personas al intentar encontrar una identidad y un lugar en el mundo. El paso de la época en la que no hay responsabilidades ni obligaciones a tener que marcarse objetivos, metas y proyectos. He conocido a muchas personas que en la época escolar tenían ya muy claro lo que querían ser en la vida y a lo qué dedicarse en la madurez. Algunos, tenían claro que querían o debían repetir los patrones establecidos por sus padres, otros que tenían clara su vocación y pasión en la vida. Yo, en cambio, era un mar de dudas y de incertidumbres. Recuerdo que nada me gustaba, nada me atraía, no sabía para qué había venido al mundo ni que quería hacer con mi vida. Siempre he sido de los que vivían (y trato de vivir a día de hoy) el día a día. Sin pensar demasiado en el futuro. Así que entiendo y empatizo perfectamente con el personaje de la obra, ese Holden Caulfield, que se encuentra perdido y sin rumbo. Cuando no sabes muy bien qué hacer o cómo actuar, el impulso es volverte arrogante, zafio, odioso, misántropo. Todo el mundo te repatea, te cabrea, te da hasta asco, tus padres son enemigos... Es una época muy complicada si no lo tienes bastante claro. Algunos parece que vienen con el libro de instrucciones bajo el brazo y saben perfectamente qué hacer y cómo actuar para hacerse mayor. Yo no lo sabía. Así que esta obra me ha recordado mucho a aquel chaval que yo fui. |
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