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Crítica de AnnieMoneth


AnnieMoneth
21 January 2023
Confesión de un asesino, del escritor Joseph Roth, es un libro que pasó a formar parte de mi biblioteca en 1919, cuando Mármara ediciones lo incluyó en su catálogo. Había leído otras obras del autor publicadas por Acantilado, Alianza Editorial o Anagrama, pero no la que es objeto de esta reseña. En este caso, la que se considera la «novela rusa» de Joseph Roth, escrita en la madurez, viene encuadernada en dimensiones de bolsillo, haciendo honor al refrán de que el buen perfume se vende en envase pequeño. Y es que, para mí, Confesión de un asesino es una joya literaria.

Joseph Roth es uno de los grandes escritores centroeuropeos del siglo XX. Nació en 1894, en Brody, un pueblo situado hoy en Ucrania, por entonces perteneciente a la Galitzia Oriental, una provincia del viejo Imperio Austrohúngaro. Hijo de una familia de comerciantes judíos, vio desmoronarse la milenaria corona de los Habsburgo; esta amarga experiencia —a la que siempre consideró como un capítulo triste en la historia europea— y la obligada marcha de los judíos de Europa central hacia Occidente, fueron los temas centrales de su obra. Cantó el dolor por «la patria perdida» en Fuga sin fin, La cripta de los Capuchinos o El busto del emperador. En este último relato describió el desarraigo de quienes vieron dividirse en naciones aquella Europa cosmopolita bajo el odio de la Gran Guerra. La marcha Radetzky, que narra el ocaso del imperio de los Habsburgo a través de tres generaciones de la familia von Trotta, se la considera su obra maestra. En 1933 emigró a Francia, donde murió.

Confesión de un asesino vio la luz, por primera vez, en 1936, mientras Roth vivía en París. En ella, un escritor y periodista —probablemente el propio Joseph Roth en el papel de narrador, en primera persona— relata que acudía a comer a menudo a un restaurante ruso, el Tari-Bari, localizado frente a su hotel en cierta calle de París. En ocasiones, también se pasaba por el local antes de la hora de cierre para tomar un aguardiente. Allí coincidía con un grupo muy especial de rusos con los cuales no intercambiaba más que un respetuoso saludo, mientras observaba en silencio, fingiendo no comprender el idioma, hasta que una tarde escucha una frase que golpea en sus oídos: «¿Por qué estará hoy tan sombrío nuestro asesino?» refiriéndose a otro asiduo del restaurante, quien enseguida se identifica como Semion Golubtschik. Este ruso, que al hablar da a entender que sabe más de lo que parece, reconoce a todos los presentes haber matado impulsado por una mujer. Deseosos por conocer la historia que subyace tras esa confesión, el camarero echará el cierre con aquellos hombres convertidos en testigos voluntarios de lo que a lo largo de la noche les relatará Golubtschik.

La novela es corta en extensión, no llega a las trescientas páginas. Y como digo, está escrita en primera persona por un narrador que, tras un interludio inicial, se queda en el rol de narrador testigo u observador cediendo el protagonismo a otro narrador: el asesino Golubtschik. La historia de toda una vida del hijo ilegítimo de un príncipe ruso (Krapotkin), ex agente de la Ojrana —la terrible policía de los zares—, se condensa en una sola noche en un bar ruso de París. Confesión de un asesino transcurre, así, en la Rusia rural, la cosmopolita San Petersburgo y el París anterior a la Primera Guerra Mundial.

La atmósfera que recrea Roth en esta obra es fantástica. El lector se llega a sentir uno más de ese pequeño grupo de personas que, entre trago y trago de aguardiente, permanecen absortas bebiendo, asimismo, de las palabras estremecedoras del asesino Golubtschik. Uno se imagina perfectamente ese pequeño local, cerrado, la luz tenue, un ambiente íntimo, solemne, donde el tiempo parece detenerse y nada se escucha salvo la voz del asesino. Incluso Roth transmite tal tensión, tanta credibilidad en cada pensamiento, en cada declaración del ruso, que apenas es posible abstraerse de lo que se ha leído.

Golubtschik, ¡qué personaje más inolvidable! Un hombre fornido, sombrío y misterioso, con anhelo desde su infancia de ser reconocido como hijo de cierto príncipe ruso; en su juventud, como agente de la Ojrana, un canalla de sentimientos extremos: desde su pasión cegadora por una mujer, hasta la envidia y el profundo resentimiento hacia su hermanastro. Otro personaje atractivo es Lakatos, camaleón, confabulador, traidor; un diablo portador de malos augurios. Por supuesto hay más personajes, pero no hablaré de ellos para no extenderme demasiado.

Por si fuera poco, el final es del todo impredecible.

Decía al principio de esta reseña que Confesión de un asesino se considera la novela rusa de Roth. Y no solo porque narra la historia de un ruso, Golubtschik, sino también, y en palabras de Ricardo Isla, porque «la psicología de sus personajes está descrita con tintes rusos: vileza, rencores, necesidad de reconocer las culpas y expiarlas». Y es interesante añadir, al respecto, que en el intercambio de correspondencia entre Joseph Roth y Stephan Zweig, en relación con esta novela, se pueden leer las siguientes palabras de Zweig a su colega: «Su novela es excelente, precisamente porque no está alargada más allá de su medida (…) Esta vez la proporción es perfecta, y lo ruso no está solo en las figuras, sino también en el ritmo. Enhorabuena. La próxima, más».

Lo dicho, una verdadera joya.
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