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Crítica de Paloma


Paloma
25 June 2022
Un ensayo personalísimo sobre la relación entre el arte y la salud mental de la pluma de Rosa Montero. Esta autora española siempre me ha parecido una excelente ensayista, al grado que confieso que entre sus trabajos de ficción y no ficción, prefiero por mucho los últimos. En El Peligro de Estar Cuerda, Montero nos comparte su experiencia con la salud mental, entrelazándola con historias de otros escritores y artistas como músicos y pintores. Con una ironía fina, la autora se pregunta si de todo el universo de artistas, los escritores suelen sufrir de problemas mentales más serios que otros. No es una competencia, y ella misma señala que si de personalidades al limite se trata, todos tenemos como referencia a Vincent van Gogh y su oreja cortada. Sin duda, éste es uno de los episodios más célebres de las locuras de los artistas, pero Montero sostiene que los escritores no se quedan atrás, habiendo llevado una vida bastante atormentada e incomprendida. Resuenan particularmente en mí, las vidas de Janet Frame, autora neozelandesa y de Sylvia Plath, estadounidense. de ésta última, conozco más bien poco, pero el retrato que hace Montero de ella la ha puesto entre mis pendientes por leer. Añado también a Emily Dickinson y aunque no soy lectora de poesía, el retrato que Montero realiza me ha intrigado.

Ha sido una lectura muy amena, que me ha conmovido de manera profunda. Cuando era una adolescente, pensé ser escritora -el hecho que me gusta reseñar libros y escribir algún que otro ensayo son testimonio de entonces, y de un gusto no perdido por la escritura. Este no es el espacio para extenderme en por qué al final no seguí ese camino; sin embargo, el ensayo de Rosa Montero me ha hecho reír y recordar con nostalgia muchos de los temores que en algún momento experimenté y que pueden servir de prueba de que, aquellos con un poco de vena artística, tenemos algo de locos. La escritora abre el libro con una anécdota y es que, cuando niña vivía con el temor de despertarse sonámbula a lamer unas figurillas decorativas de cobre lo cual causaría su muerte por envenenamiento. Lo cual resulta curiosa, como ella reconoce, toda vez que jamás padeció de sonambulismo y el cobre no es tóxico.

Supongo que es común que de niños tengamos miedos irracionales, pero me pregunto si en aquellos con algo de sensibilidad artística esto se exacerba. En mi caso, no pude evitar recordar cuando mi abuela paterna me regaló un muñeco de peluche de los Pitufos antes de que viajáramos en avión y, aterrada porque existía una leyenda urbana sobre que estos personajes eran “satánicos”, entré en pánico. Todo el tiempo que estuve en casa de mi abuela, me la pasé ideando en cómo deshacerme del muñeco, segura de que, si me lo llevaba, moriría con mis padres en un avionazo. Hasta que logré escabullirme de la sala y aventar al maldito pitufo en un clóset, no pude descansar. Tenía ocho años.
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