Más allá de Concordia

Los seres humanos nacemos con un cerebro limpio, en blanco, y es la sociedad quien nos lo llena con normas para domesticarnos, algunas de ellas necesarias, sin duda, para convivir. Pero también nos meten pensamientos falsos, mediante los cuales determinados grupos dominan a otros, sacando beneficios económicos, emocionales, sexuales...

Construimos una sociedad pacífica y horizontal, laica y vegetariana, debido a que el número de concordianos nunca ha sido muy elevado y partíamos de principios y objetivos comunes.

Concordia es hermosa, pero no deja de tratarse de un reducto aislado, como una sociedad submarina bajo una cúpula de cristal.

Nuestra posible utopía no está acabada, nunca lo estará. Nunca va a ser perfecta. Creer eso sería un error, supondría el estancamiento y correríamos el peligro de no evolucionar cuando sea necesario.

Sabes que las dos partes enfrentadas en un conflicto se sienten atacadas por su postura, a la vez que se creen garantes de la verdad. Las dos piensan que la parte violenta es solo la otra, que ellas no odian ni tienen miedo.

Nadie es tan civilizado como para no guardar en sí oscuros instintos.

Solo te puedo asegurar que los cambios en una sociedad se han dado cuando alguien se ha atrevido a transgredir una ley injusta. Se trata del único modo de cambiar ese mandato, si la colectividad no decide hacerlo por consenso. Los primeros transgresores son castigados casi siempre.

Pensábamos que con desterrar de nuestro idioma los insultos y las ofensas, las palabras cargadas de supremacía y odio, bastaría. Pues no. Maldita sea, no.