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Crítica de Guille63


Guille63
24 May 2023
“…el libro está vivo y es poderoso, fructificador y capaz de promover el pensamiento y la discusión solamente cuando su forma, intencionalidad y plan no se comprenden, debido a que el momento de captar la forma, la intencionalidad y el plan coincide con el momento en que no queda ya nada por extraer.” Doris Lessing

Fue en los albores del siglo XXI que se empezó a hablar del 2666 como una fecha mítica, quizá el momento de una revolución, quizá fuera el fin del mundo, no estaba claro, tiempos adolescentes en los que, aun con miedo, la gente pensaba que el cambio era posible, que había respuestas, y que no era todo, como ya sabemos desde hace tiempo, una sucesión infinita de preguntas cada vez más complejas, lo que, ahora que el ajedrez es aburridamente trivial, no deja de ser un deporte estimulante.

La realidad había sido desde siempre algo que había que cambiar o negar o inventar o, simplemente y en último caso, algo de lo que escapar. No faltaban estrategias: la milenaria idea de que la vida no es más que apariencia, las drogas, el fútbol, el sexo, el coleccionismo, el arte, la violencia, las cuartas y quintas dimensiones, hasta la mera inconsciencia o, en último término, la solución final. Qué exóticas e infantiles todas esas teorías creadoras de realidades a las que estaban tan predispuestos los humanos, la astrología, las supersticiones, los divertidísimos y variados sistemas de adivinación, las ciencias alternativas, hasta las matemáticas alternativas que pudieran estar camufladas entre el siete y el ocho. Todo era un maremágnum de gentes buscando salidas a esta situación imposible en la que se encontraban, una combinación de cambio climático, fanatismos religiosos extremos y violentos, conflictos raciales, xenofobias patrióticas, desigualdades económicas inaguantables, colectivos marginados que por fin se revelaban ante los colectivos privilegiados que se defendían a muerte, teorías estúpidas mantenidas por legiones de fanáticos, la política que era ya más un problema que una solución…

“En realidad nunca dejamos de ser niños, niños monstruosos llenos de pupas y de varices y de tumores y de manchas en la piel, pero niños al fin y al cabo, es decir nunca dejamos de aferrarnos a la vida puesto que somos vida.”

En este contexto apareció “2666” como una de esas afortunadas serendipias, un meme tan fecundo y eficiente como aquel muerto en la cruz oculto entre ladrones, una novela que como las grandes obras maestras iba a ser la semilla de la que partirían tantas y tantas otras obras menores escritas como al dictado de la madre de la que habían surgido. Bolaño y su novela, confusa, enigmática, ambigua, se convirtieron en objeto de congresos, estudios, análisis, numerosos escritores siguieron su estela elevando su fama a niveles nunca queridos por el propio autor que siempre denostó la fama por encontrarla irreconciliable con la literatura. Se crearon grupos de estudio, cátedras, se hacían documentales, debates en televisión, cientos de blogs especializados eran seguidos por millones de jóvenes y no tan jóvenes que discutían acaloradamente las miles de teorías, cada una más excéntrica que la otra, que aparecían en todas las redes sociales.

Algo así como una nueva religión se fue forjando en torno a la novela y a su autor que, como aquel de la cruz, quizás hubiera sacado el látigo y arrojado a todos del templo. Y como muchas otras religiones, que basaron su éxito en la esperanza de una realidad post mortem feliz y maravillosa que compensaría el sinsentido de la ante mortem donde alguien que cada día se ponía una flor en el ojal podía ser al mismo tiempo un criminal de guerra o un torturador o un terrorista o un asesino de niñas, también la novela se benefició de una de esas creencias alternativas, la numerología.

Una fecha muy adecuada, esta del 2666, no muy cercana para mantener viva la esperanza el mayor tiempo posible y lo suficientemente lejana como para no caer rápidamente en el ridículo de un inoportuno 2667. Sumar las cifras de 2666 era obtener como resultado el número 20, un año de aquel lejano siglo XXI en el que el virus marcó un antes y un después. También era, no se me rían ustedes, dos veces el número del diablo y, como tal, podía encerrar tanto la guerra final de dos demonios que se destruirían mutuamente, alcanzándose al fin el nirvana, como todo lo contrario, un diablo doblemente potente que conseguiría su propósito de transformar el mundo en “un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo”, tal y como se anunciaba en el primer libro en el que se mencionó expresamente tal fecha, un libro cuyo título, “Amuleto”, era un objeto mágico capaz de proteger o de permitir la entrada a lugares solo accesibles a iniciados.

No dejaba de ser todo una gran paradoja, pues la novela, más que soluciones, lo que transmitía era lo inconmensurable de la vida, su incomprensibilidad, donde lo monstruoso convivía con lo genial, donde colgar un libro de geometría de un tendedero de ropa representaba algo, donde se señalaba expresamente que todo lo más sublime del género humano, hasta los Beethoven, los Mozart o los Bach podrían no ser más que “ruido, ruido como de hojas arrugadas, ruido como de libros quemados” a poco que se pudiera entrar en otras dimensiones que las máquinas amenazaban ya por aquel entonces con alcanzar.

Aun así, todos buscaban como locos ese «centro oculto» al que se refirió el propio autor y que tras el «centro físico», la ciudad de Santa Teresa y las muertes de tantas niñas y mujeres que pudieran esconder el secreto del mundo, diera sentido a toda la obra. En la espera, fueron muchos los motivos a los que los críticos se aferraban con uñas y dientes, la violencia y el caos, la locura y la sinrazón, la ironía y el desamparo, lo efímero y lo perdurable, la muerte y el sexo, lo fútil y lo esencial, el fracaso y el ridículo, la creatividad y el arte, la fantasía y la realidad, la literatura, la literatura, la literatura… sus modos, sus trampas, su necesidad, lo que significa de búsqueda y, paralelamente, lo que significa de fracaso, y lo inevitable que eran tanto lo uno como lo otro. Todos buscaban esa pieza del puzle que permitiera ver la imagen completa, y no solo de la novela, sino, lo que es más asombroso, de la existencia toda.

De sobra saben el resto de la historia, no me extenderé más, los humanos vieron en los ordenadores una posible forma de avanzar, de saltar las vallas, de cruzar a otras orillas, de encontrar soluciones y razones. Se hacían máquinas cada vez más complejas con la esperanza de encontrar respuestas a lo irresoluble. Hasta que una de ellas, Sísifo, quizá no la más prometedora, comunicó la solución tras años y años de extraños cálculos: “la pieza final del puzle, el sentido de la vida, el universo y todo lo demás es… no, no es 2666, sino 42”.

Aquel fue nuestro primer chiste, broma, chanza, chacota, chunga, ludibrio, pitorreo, chuscada, chirigota, choteo, pulla, remedo, ingeniosidad, burla, cuchufleta. El resto es historia, los pobladores de la tierra dejamos por fin de empujar la roca, Tanato fue encerrado, esta vez para siempre y así los humanoides tuvimos tiempo, “tiempo para leer y tiempo para pensar”, como todos ustedes, androides y ginoides, saben de sobra: en efecto, algo cambió en 2666.
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