Oía yo el tictac del reloj de Saint-Loup, que no debía de estar muy lejos de mí. Este tictac cambiaba de lugar a cada momento, porque yo no veía el reloj; me parecía que venía de detrás de mí, de delante, por la derecha, por la izquierda, que se apagaba a veces como si estuviese muy lejos. De pronto descubrí el reloj sobre la mesa. Entonces oí el tictac en un lugar fijo, de donde ya no se movió. Cuando menos, creía oírlo en aquel punto; no lo oía en él, lo veía allí, los sonidos no tienen lugar. Por lo menos los referimos a movimientos y merced a ello poseen la utilidad de avisarnos de esos movimientos, de parecer como que los hacen necesarios y naturales.