Entro en la casa de Olvido. Impacta la mezcla de olores. La suciedad reposada e indolente sobre suelos y muebles. Las paredes que amenazan con acercarse, con achicar aún más los espacios, como fantasmas de antiguas mazmorras, hasta provocar la sensación claustrofóbica de las casas no habitadas y el calor insoportable, húmedo y vaporoso, de un verano de ventanas cerradas. Al fondo del pasillo, se intuye en la penumbra la figura de una anciana, piel sobre huesos, que tiende a ir volviendo a una posición fetal, al encogimiento, al recogimiento que precede a la muerte. La soledad es pesada, casi corpórea, pero no acompaña. El silencio es un ruido atronador, roto apenas por una voz dolorida que habla con un gato. Olvido ya no come desde que desapareció "la chica". La que viene a la casa para hacer las labores domésticas; para ayudar a Olvido al aseo en las pocas ocasiones en las que está dispuesta a liberarse de la costra sobre la piel, como una coraza que impide que la vejez traspase más allá de los surcos convertidos en arrugas. "La chica" debe tener un nombre, pero Olvido no lo recuerda. Vuelve esporádicamente algún recuerdo aislado, que no ha desteñido la vergüenza, sobre todo de la infancia. Episodios no resueltos sobre los que también se ha posado una fría losa de silencio. Su madre ha muerto. Ha debido ser hoy. Olvido vuelve a sentirse huérfana, tristemente huérfana y sola. El monólogo interior de la potentísima y despiadada voz narrativa creada por Peró, con el personaje de Olvido, puede ser confuso pero siempre revelador. Durísimo y descorazonador, como sólo puede serlo el diálogo consigo misma de una anciana demente, en los últimos estadios del Alzheimer. Una primera persona nada fiable, que se mueve entre episodios de realidad y las alucinaciones de una alterada conciencia. Y una voz narrativa, personificada en un gato, que es testimonial de sus juicios de valor sobre sí misma, de su baja autoestima. Con sólo dos personajes, Peró, crea un universo mínimo y agobiante, donde sólo el pasado conserva algo de lucidez, sometido a las trampas de la memoria, ya ausente, y en el que el presente se mueve entre la realidad de los sonidos de la chica en sus labores de limpieza y el delirio de una Olvido, que no podría tener un más adecuado nombre. Julia Peró nos enfrenta a nuestros miedos más íntimos, a esa vejez marcada por la pérdida de autonomía real, el dolor y la conciencia devastada. Lejos, muy lejos, la romantización, casi la imagen infantilizada, de una anciana desvalida y serena haciendo calceta: "Olor a hormiga", nos ofrece un retrato oscuro, amargo, triste y demoledor, de una realidad que no queremos mirar, que intuímos con indiferencia, con la del miedo, para no enfrentarnos a esa vejez donde habita la soledad y el terror de una espera con final inevitable, en la que el tiempo ya no tiene medida. Esto es un cuento de terror que empapa. Lleno, no obstante de lirismo. Con la belleza oscura que pueden construir las palabras milimétricamente elegidas y la ternura en dosis mínimas. Esta vez, la crueldad se viste de ficción, pero sólo para ser el espejo de una realidad incontrovertible. Dura, original, honesta, auténtica... incómoda. Un hallazgo esta voz que rompe un espacio literario demasiado acomodado a las voces impersonales y grises. Seguiré buscando a Júlia Peró en sus próximas publicaciones. #EntreLibros + Leer más |