Rescate gris

1991, Raúl y Graciela viven en Puerto Deseado, en la Patagonia argentina. El volcán Hudson entra en erupción de manera brutal. Cuando Raúl se levanta, Graciela no está. No hay señales de violencia en casa, solo una densa capa gris de cenizas y humo que lo cubre todo. El teléfono suena. Los secuestradores de Graciela piden un rescate, acudir a la policía es imposible, está desbordada.

Lo primero digno de mención es la ambientación que logra el autor haciendo al lector partícipe de la angustia y opresión. La nube de ceniza obliga a la gente a pasearse con mascarilla y gafas, el cielo está completamente apagado, apenas llega el calor y la luz que irradia el sol. Si rescatar a Gabriela ya hubiese sido complicado en condiciones normales, con la ciudad colapsada y sin poder casi ni salir, es prácticamente imposible.

Raúl es el protagonista absoluto, interactúa con pocos personajes, por lo que la historia es en gran parte un diario de como transcurren los días y la investigación que lleva a cabo. Los capítulos son cortos y están bien fechados, ya que la historia salta entre el 1991 y el 2018. Los pertenecientes al secuestro de Gabriela cuentan hasta con horas exactas para intensificar la emoción. Encontraréis también la última hora radiofónica, o correos electrónicos en el presente, elementos que siempre agradezco en los libros para contar con un nuevo enfoque.

La pluma del autor es peculiar, es un thriller pausado, pero con dosis de suspense suficientes para mantener la intriga. de hecho, es originario de allí, de modo que encontraréis en sus páginas expresiones argentinas que bajo mi punto de vista le aportan un toque aún más auténtico. El final está a la altura de la obra, donde todo queda bien cerrado y me ha sorprendido especialmente por su formato.
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