Pero las tinieblas, la soledad sin recurso de Csejthe maridaban mejor con las negras cavernas de su mente y respondían más a las exigencias de su terrible erotismo de piedra, de nieve y de murallas. Loba de hierro y luna, Erszébet, acosada en lo más hondo de sí misma por el antiguo demonio, solo se sentía segura acorazada de talismanes, murmurando conjuros, resonando en las horas de Marte y Saturno.
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