El apeadero del Muerto

Se acercó a la barra con pasos lentos, sus periódicos sujetos bajo el brazo como si fuese un pirata con el mapa con las pistas para encontrar un tesoro de valor incalculable enterrado en una isla desierta.

Rosa contempló con cariño la figura de su marido mientras se dirigía a la puerta arrastrando las maletas de los dos, y se prometió que, en cuanto estuviesen de vuelta en casa, le buscaría algún tipo de entretenimiento —lo que fuese— para ese invierno antes de que acabase por desquiciarla con sus historias de conjuras.