El apeadero del Muerto de Pablo R. Nogueras
Rosa contempló con cariño la figura de su marido mientras se dirigía a la puerta arrastrando las maletas de los dos, y se prometió que, en cuanto estuviesen de vuelta en casa, le buscaría algún tipo de entretenimiento —lo que fuese— para ese invierno antes de que acabase por desquiciarla con sus historias de conjuras.
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