1984

Volver a leer, diez años después, ‘1984' ha sido una experiencia increíble. No soy amiga de las expresiones del tipo “un libro que todo el mundo debería leer”, pero si hay un libro que me da ganas de decirlo es este.
 
La distopía por excelencia presenta un Londres gris, capital de Oceanía, una de las tres super-potencias que se reparten el mundo. La sociedad se presenta claramente estratificada en un orden piramidal en cuya cima se encuentra el Gran Hermano (o Hermano Mayor, según la traducción), por debajo, la cúpula del partido y los miembros del partido. En la parte inferior, los proles, considerados poco más que animales y definidos por las características que nos hacen más humanos (cantan, se relacionan, buscan divertirse…).
 
Como estado totalitario, Oceanía cuenta con una increíble iconografía y propaganda, además de un temible organismo de control, la Policía del Pensamiento. Sus ministerios (de la Verdad, del Amor, de la Paz, de la Opulencia) se encargan de exactamente lo contrario a lo que dan a entender. Además, Oceanía se prepara para imponer la neolengua, un idioma que busca acabar con el pensamiento y a través de ello, controlar (aún más a la población). Y es que las gentes son vigiladas a través de telepantallas, además de la mirada atenta de sus vecinos.
 
De la mano de Winston, trabajador del Ministerio de la Verdad, conoceremos el día a día en este régimen, así como las formas, si las hay de sortear el control… porque Winston odia al Gran Hermano y todo lo que representa.

Una novela sobre la deshumanización, el control de la población, el fin del amor familiar, la amistad, la pasión, del pensamiento… que explora los objetivos de los Estados y los medios para conseguirlos. Un libro que consigue que pienses todo de nuevo.
 
Orwell vuelca en 1894 una crítica brutal a diferentes estados y sucesos en su Europa contemporánea, pero sorprende ver cuánto hay en 1984 de nuestro presente. ¿Te suenan cosas como el fin de la privacidad, la tecnología que te escucha, las noticias falsas, la manipulación de la información, la represión política y social, la reescritura de la historia? Así, no puedo sino admirarme ante la preclaridad de Orwell y por otro lado, asustarme de vivir en una distopía.
 
Nos vemos en diez años, 1984