Tiene que ser aquí

¿Por qué no evitamos juzgar, al menos a quienes queremos? ¿A qué viene esa premura en tomar decisiones dolorosas, en cortar con el pasado? Rompiendo barreras, saltando las nueve cancillas, la intransigente valiente y el bobo, desbocado y aturullado metepatas, el orgullo y el humor se envuelven y desenvuelven, se enrollan y desenrollan a lo largo de los años, los mares, los continentes, para contarnos esta entretenida historia de pequeñas cosas que tiene a la familia como hilo de Ariadna, un aspecto central de esta autora según puedo ir viendo y que a mí me apasiona, al menos como nos lo cuenta, de ese modo tan personal.

El ya tan trillado contrapunto sufre aquí otra vuelta de tuerca, no sólo por lo vertiginosa que resulta la gran variedad de voces y momentos y lugares (todos convergiendo en ese cruce con "ofrendas de devotos, de gente con esperanzas, de gente desesperada.") si no también por la variedad de tiempos y personas del verbo con que aparecen, y ese modo tan peculiar de comenzar los capítulos que recuerda a un azor sobrevolando la presa, moviéndose en círculos hasta que focaliza y se acerca (hasta el hueso) y reconocemos el papel de esta puntada en el tapiz tan asombroso que va desplegando ante nosotros utilizando la palabra más perspicua y adecuada para decir las cosas esta prodigiosa, personalísima escritora.