Tiene que ser aquí

Dos renglones bastan para que mi subconsciente encienda la alarma y pase a un primer plano.

Dos páginas y el flechazo es profundo. Capta toda mi atención y transito de lectura a divina contemplación.

Dos capítulos y mi espíritu se eleva. Levito por el océano de una prosa que me mece y arrastra hasta el centro de su gravedad. Y entonces, solo tengo ojos para ella. Limpios. Curiosos.
Ávidos.

O' Farrel me deslumbra con una estructura que no siempre sale bien, pero que ella trenza con dedos alquimistas.
La equilibrista del espacio y tiempo.

Autora y su trapecio en el más difícil todavía. Tripe salto mortal con caída firme, limpia, sin un rasguño.
Letras sencillas pero pulidas en blanco marfil.

Una buena cantidad de personajes, todos con su propio lenguaje y personalidad danzan alrededor de Daniel y sus tormentos.
Viven, fluyen y respiran tanto en su independencia como en lo orquestal con armónica precisión.
Pasado y presente en un puzle cotidiano y coherente en su perfecta imperfección.

Tiene que ser aquí es una novela repleta de saltos temporales donde la obsesión del ayer destroza la calma del hoy.
Pero también una puerta abierta a la redención, a la reconstrucción y las segundas oportunidades.

Un amor. Dos huidas. Hacia atrás; hacia adelante.
Un camino repleto de vivencias, tropiezos y dramas cotidianos y excepcionales común a cualquier mortal. Pura vida.

Padres e hijos que invierten los papeles cuando la ocasión lo requiere.
Amor incondicional como medicina de las horas bajas.

Una novela que me sorprende por su equilibrio, por su cadencia y por su asombrosa y exquisita inteligencia emocional.

A veces dura, otras entrañable y siempre hermosa.

Otra vez enamorado.
La monogamia literaria es una distopia inalcanzable.
¡Ciencia ficción!