Para entrar en el pueblo de Beulah es necesario cruzar un puente. Un enlace genera un vínculo que va más allá de tener que superar las inclemencias de un terreno cuyo final se diluye en la distancia. Supone adentrarse en el pasado y encarar los fantasmas que protegen a los recuerdos que se agazapan en el olvido. Cruzar su propio Rubicón y adquirir la conciencia de que no habrá marcha atrás, pese a que tus dedos tiriten ante las miradas perdidas de todas esas presencias. Es el mismo lector quien tendrá que cruzar esas tablas hacia Beulah si quiere adentrarse en esta propuesta ganadora del premio Bram Stoker. Nada de lo que le espera tras esas páginas se va a acercar a las expectativas que pudiera crear en una novela tan densa y compleja como es el debut en la narración de Christi Noggle. Es cierto que lo que encontrarás entre líneas son apariciones fantasmales, alguna de ellas estremecedoras. de hecho, la lucha de Georgie, la protagonista de esta novela, por controlar la influencia de estas apariciones centra gran parte de la trama de la historia. Conoceremos su pasado y cómo este le ha permitido macerar ciertas precauciones hacia esas entidades, la cuales harán lo que sea por compartir esa soledad que las atenaza en el tiempo. También es verdad que algunos de estos espectros ponen los pelos de punta en más de una ocasión, quizás por el modo tan inteligente que tiene Noggle de sorprender al lector derribando las defensas que se generan en una narración tan lenta y aparentemente anodina. Y no deja de ser menos cierto que el miedo se palpa en los pensamientos que irán fluyendo al adentrarnos en la torturada mente de Georgie, que busca su pequeño lugar en el mundo a través de su poco fiable manera de entender sus circunstancias. Pero la novela vencedora al mejor debut en los Stoker plantea otras realidades tanto o más estremecedoras como las que el lector quiera descubrir. Ese es el puente que se le exigirá cruzar, el que se llenará de espectros que gritan, que espantan, que invitan a abandonar tu camino en la lectura para dar marcha atrás y abandonar el libro en más de una ocasión. Para encontrar el terror silente que empapa Beulah tendríamos que adentrarnos en nuestra propia memoria. En la adolescencia y en cada uno de los miedos que emergen ante la incomprensión, la soledad, la frustración o el coqueteo con la intrascendencia de una vida que no comprendemos. Nuestra protagonista gritará, como cualquier heroína de terror, aunque sus alaridos no se escucharán más allá de sus labios. Se asustará ante lo inesperado, pese a que las fuentes de sus miedos se materialicen en reproches contenidos en una hiriente mirada. Sangrará, aunque sus heridas sean meras trazas de lágrimas que suplican un momento de pausa. Los miedos que sufrirá Georgie son tan cercanos que se sienten como propios, universales y reconocibles, convirtiendo esta historia en algo mucho más terrible que una sucesión de fantasmas que permanecen varados en su propio tiempo. Hasta que Nogle decide que, quizás, todo esos miedos son más reales de lo que intuye el lector. Con una factura impecable, tramposa, llena de capas que profundizan en las emociones, secretos y mentiras, promesas y deudas por cumplir, los personajes que habitan en Beulah son tan terroríficos como cualquier fantasma que puedas esperar. Pero para ello el lector también tendrá que cruzar ese puente. Desde allí, las vistas serán espeluznantes. + Leer más |