Bajo este sugerente título se esconde una narración llena de dolor, de soledad, de resignación. Obra publicada en 1947, anclada a un tiempo y a un lugar (Gruben, en Noruega) desde el que su autora, Torborg Nedreaas, nos contará la historia de una mujer sin nombre, que ama y que sufre todas las penalidades que su género conlleva. Habla de feminismo, desigualdad social, amor (esperanzado, ciego, tóxico, eterno), aborto, hipocresía… Y lo hace partiendo de la pura necesidad de contar, de narrarnos para expiar, de alguna manera, todo lo que nos corroe. El encuentro entre esta mujer y un hombre en una estación de tren desembocará en una noche de confesiones entre dos extraños. Solo conoceremos la historia de ella, a borbotones, desordenada a veces, dura. Durísima. Y él la escuchará, atento a cada palabra; a cada gesto; a los ruidos que llegan de la calle; al espeso, cargado ambiente de cigarrillos y alcohol. Es cruda la historia y lúcida la escritura de Torborg Nedreaas. Porque sus confidencias están ubicadas y narradas desde la naturaleza de Noruega, desde los fiordos, desde ese mar alborotado. También desde la penuria y la pobreza, desde el rechazo y la crítica. Y, se sitúe en uno u otro extremo, la prosa de la autora es precisa y cuidada. Salpicada de recursos que hacen más llevaderos la asfixia y el frío. Una delicia abrupta en ocasiones, por necesaria. Tal vez sea porque, como la protagonista dice en algún momento, siempre ha ansiado la búsqueda de la belleza: «y durante mi vida entera he amado todo aquello que es hermoso». A pesar de todo lo que nos cuenta, de ese engaño que, como mujer, le enseñaron que es la vida. de la entrega, la sumisión y el cuestionamiento constantes. Al final, como él, seguiremos buscándola entre la gente, tratando de encontrar ese abrigo azul, para saber, simplemente, que está. Porque permanece. En algún lugar. |