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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
21 May 2019
Sayaka Murata recrea en La dependienta una melodía de la vida donde parece que las notas discordantes no tienen cabida por interpretarse a distinto ritmo. Keiko Furukura es una de esas tantas notas que, por razones desconocidas, no encaja en la sociedad en la que vive, y ese sentimiento es inherente a su biografía. Cuando mira a su alrededor, descubre el estupor y la tristeza que producen en los demás las reacciones que a ella le resultan de lo más naturales.

Por ello, conforme la protagonista va creciendo se despierta en ella un anhelo urgente y devastador, un deseo irrefrenable: la aceptación, sentirse normal. Parece que este proceso articulado llega a su fin cuando entra a trabajar por horas como dependienta en una Konbini, un supermercado japonés abierto la 24 horas del día.

En la tienda le proporcionan un manual práctico de cómo hacer las cosas en cada momento y en cada lugar. En él está todo regulado, desde el lenguaje al comportamiento, la uniformidad... en definitiva, en una Konbini todo esta protocolizado en interés del cliente. Keiko recibe la formación adecuada para llegar a ser la dependienta perfecta y desempeñar su puesto a la perfección, y eso es lo que hace.

Pero con el transcurrir de los años empiezan a llegar los peros y los por qués, y comienzan a crecer esos flecos que la sociedad, con su soberana legalidad, cuestiona sin ningún tipo de rubor ni sonrojo. A Keiko le llegan directa o indirectamente todos estos runrunes que hacen que se desajuste y se descoloque en ese engranaje perfecto que compone la Konbini, su microcosmos particular. Es en este momento de la historia cuando La dependienta entra en acción: se acelera para ajustar todas esas razones y poder seguir siendo parte de la unidad perfecta que es la sociedad normal.

Para que todo lo anterior ocurra hay que tener el arrojo y la energía suficientes, y nuestra extraordinaria heroína sin duda los tiene. A pesar de sus peculiares circunstancias sitúa siempre a los demás por encima, y así es como decide en cada momento lo que tiene o no tiene que hacer, lo que parece bien y lo que está fuera de la sociedad normal.

Keiko ha cumplido 36 años y, por tanto, debe encontrar un trabajo fijo o debe casarse y formar una familia. Eso es lo que se espera de ella y es lo que debe hacer. No le queda otra que emparejarse con alguien; el amor, la cooperación o los intereses mutuos no tienen por qué tener cabida en esta ecuación y, además, no tendría que dejar ese universo perfecto que es su querida Konbini. Así, de está manera se ajusta para no desarticularse de la buena sociedad.

Cuando da los primeros pasos en su nueva vida descubre cómo todos aquellos que le rodean, ya sean compañeros, amigos o familias, cambian y transforman su actitud hacia ella. Parecen felices porque, por fin, Keiko Furukura se ha curado, ya forma parte de la normalidad... Su felicidad o infelicidad las dejo aparte: en todas las casas cuecen habas, y estos dos parámetros al parecer no son de gran importancia. Tú simplemente haz lo que debes, Keiko, lo que se espera que tienes que hacer.

Y aquí es cuando la historia se transforma en moraleja... o no. A pesar de todo, Keiko sabrá mirar en su interior y ver lo que realmente le interesa. Si descubre su lugar en el mundo y sigue con su misión y todas las demás cosas y asuntos que el desarrollo personal aconseja, es algo que ya no os puedo revelar. Sería llegar al final de la historia y, aunque sea corta, merece la pena leerla por todo lo que transmite y el torrente de empatía que circula desde la protagonista hacia los lectores, sentimiento que Sayaka Murata ha sabido encajar y diseñar de manera espléndida.
Enlace: https://inquilinasnetherfiel..
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