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En comunidad, la desviación con respecto a lo establecido supone convertirse en el foco de atención. No habrá silencios en las conversaciones porque siempre rondará una pregunta incómoda, un consejo no solicitado y un dedo que señala el camino a seguir. Pero no todos, no todas, estamos aquí para recorrerlo. En “La dependienta”, Sayaka Murata nos presenta a Keiko Furukura, una mujer que supera con creces la treintena, que nunca ha tenido pareja y que trabaja por horas en una “konbini” (un supermercado japonés) sin ningún tipo de aspiración laboral. Furukura vive por y para esa tienda. No hay nada ni nadie que la motive. Pero, aunque carece de empatía, hace mucho que aprendió que la única forma de pasar desapercibida es actuando como una persona “normal”. La normalidad, en la novela y en la sociedad, la aprendemos desde pequeños: matrimonio, hijos y trabajo estable. Con los años, si no vamos subiendo esos peldaños, los que están arriba no cesarán de preguntarnos cuándo. Keiko inventa excusas e incluso una vida que la ayude a “curarse” ante los ojos de los demás. Lo peor es que ella misma llega a pensar que necesita esa curación. “La dependienta” nos habla de las imposiciones sociales y de la presión que ejercen los demás sobre nuestras vidas, en un juego donde el individualismo tiene todas las de perder: un cuerpo extraño, tarde o temprano, debe abandonar el lugar que ocupa. Y lo hace con una prosa sencilla y sarcástica, sin florituras. Tal vez no sea fácil entender a Keiko desde nuestro lugar en la sociedad; tal vez algunos de sus pensamientos sean demasiado excéntricos incluso para el más liberal; pero, a través de su historia, oiremos esa vocecilla interior que, como un susurro, de vez en cuando, nos pregunta si estamos donde queremos estar. |
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