A prueba de fuego

Salvo por las divertidísimas ( siendo muy optimista) referencias arquitectónicas y la amplia variedad de ladrillos (que no me hubiera importado lanzarle al autor) el hermano soso de José Luis Corral ( ¡ojo, eh!) más que un libro, parece haber escrito el silabario de preescolar:
La eme con la a, ma.

Con la misma pasión que un bloque de hormigón Javier Moro novela la biografía de Rafael Guastavino, narrada por su hijo de idéntico nombre, teniendo el aquí presente la sensación de estar en los juegos del hambre:
Rafas solo puede quedar uno y, por poco no soy yo, sobrevivir al aburrimiento, no ha sido empresa fácil.

El impecable trabajo de documentación se ve deshonrado por una prosa plana, simple, tediosa e infantil; Moro se empeña en utilizar el monocorde tono de la tabla de multiplicar (sin la musiquilla) echando por el retrete una vida que incluso en su desorden daba más de si.
Siete por cero, cero, sieete por uno sietee.

Genio y figura, Gustaviano tuvo la misma proporción de patentes, trabajos reconocidos, ruinas y líos de faldas (valenciano tenía que ser) y un sueño americano sobradamente cumplido.

Hay que reconocerle, al menos, a Javier Moro, que rescate de la ignorancia a este personaje.
Aquí aplaudimos a Calatrava aunque se le caigan los castillos en el aire o la Ciudad de las artes y olvidamos a quien llenó de bóvedas Boston o Nueva York ( y que aún siguen en pie)

¿Valor biográfico? Alto.
¿Valor literario? Ni está ni se le espera.
¿Tensión narrativa? No ha sido posible encontrarle el pulso al autor...